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domingo, 21 de junio de 2015

Teodoro Gálvez Cañero, militar

Son muchos los hombres de Puente Genil que a lo largo del tiempo han formado parte del Ejército español, conformando un amplio elenco de héroes quienes, incluso dentro su patria chica, fueron relegados al olvido. Uno de ellos es sin duda Teodoro Gálvez Cañero.
Si bien sabemos de él gracias fundamentalmente a las notas contenidas en los Apuntes históricos…, lo cierto es que los insignes Pérez de Siles y Aguilar y Cano omiten una información esencial para considerar a Gálvez Cañero lo que realmente es: si no un héroe, sí al menos un militar cuya participación se muestra fundamental en cierto momento del devenir histórico de nuestro país.

José Teodoro Gálvez Cañero y Fernández Gallegos nace en Puente Genil el 1 de abril de 1774 según los Apuntes históricos…, ó 1775 según su hoja de servicios, de Santiago Gálvez Cañero y Francisca Brígida Fernández Gallegos y Medina, proveniente de familias nobles, antiguas y bien heredadas. Estudió en Córdoba latinidad y filosofía, ingresando joven en la carrera militar, de forma que lo encontramos a la edad de veinte años como subteniente en el Regimiento Granaderos del Estado desde el 1 de enero 1795, ascendiendo a teniente el 12 de noviembre de 1799.
Levantamiento del Dos de Mayo
En 1808 cuando el levantamiento del Dos del Mayo, se encontraba en Madrid, partiendo inmediatamente a Zaragoza para luchar por la independencia española, encargándose allí de la organización e instrucción de las compañías de Escopeteros del Portillo, unidad cuyo mando será entregado a mosén Santiago Sas. El 31 de mayo es ascendido a capitán y destinado a los Tercios de Calatayud con la orden de cortar las comunicaciones entre Madrid y las tropas francesas. Tres semanas más tarde, el 22 de junio el general Palafox y el Barón Warsage son atacados por el coronel Klopistki, enviado por Lefebvre, en un inútil intento de evitar el corte de sus comunicaciones. En ese combate, que duró desde las 19.30 horas del 22 de junio hasta las 08.30 horas del día 23 y que acabó con la dispersión de las tropas españolas todavía no acostumbradas al combate en campo abierto, Gálvez Cañero se distinguió tanto por su coraje y bravura en la lucha, como por su capacidad para organizar una retirada ordenada, lográndolo con un considerable núcleo de fuerza y poniendo a salvo las cuatro piezas de artillería de su columna. A los mandos de nuestro paisano, se dirigieron a los desfiladeros del puerto del Frasno, a donde no pudo seguirlo el enemigo. Por esa acción fue ascendido a teniente coronel con antigüedad del 22 de junio.

El general Palafox, conociendo las excelentes dotes y valentía de nuestro paisano, pidió que se le uniera en su entrada en Zaragoza el 1 de julio, honrándolo entonces con el nombramiento de su secretario particular. Debemos tener en cuenta en lo sucesivo que tal nombramiento implicaba la absoluta colaboración y total implicación en los decretos, bandos y proclamas del general Palafox, considerado el gran caudillo de Zaragoza. Organizó el Regimiento de Infantería del Infante D. Carlos, del que fue nombrado coronel el 1 de septiembre de 1808.
Retrato del general José Palafox pintado por Goya
Tras el segundo sitio de Zaragoza y encontrándose el general Palafox enfermo, sin habla y casi moribundo, se presentó un oficial francés ofreciendo una capitulación honrosa á la ciudad cuya gloriosísima defensa nunca conocida en los fastos de la historia, la hacía digna de la mejor suerte. Gálvez Cañero, autorizado por el enfermo para dar y redactar sus órdenes, redactó una contestación digna y valiente, acorde con el espíritu que formaba parte de su ser y, conociendo el pensamiento de su superior, escribió que se avergonzaría teniendo á sus órdenes un ejército y un pueblo demasiado acostumbrados á triunfar de las águilas francesas, de oír la palabra capitulación con sus enemigos irreconciliables, y que antes preferiría sepultarse bajo las gloriosas ruinas de aquella invencible capital. Redactada por Gálvez Cañero tal respuesta, se buscó el sello de Palafox y,  no encontrándolo,  se le entregó a la firma al general Saint-Marcq, reportando a continuación la respuesta al parlamentario francés. Rendida la ciudad, el Mariscal Lannes, conociendo quién había sido el autor de la respuesta a su ofrecimiento de capitulaciones, ordenó el pronto fusilamiento de Gálvez Cañero. No obstante, la suerte –siempre caprichosa– se alió con el militar pontanés: Lannes fue avisado por uno de sus  ayudantes de que, siendo Gálvez Cañero un militar importante, debía ser sometido a juicio para –posteriormente– ser ejecutado “con todas las de la ley”. Accedió a ello el Mariscal, lo que posibilitó la huida de Gálvez Cañero incorporándose astutamente a una cuerda de prisioneros que salió para Francia. Huyó en Tudela, atravesó media España socorrido por las buenas gentes del campo, patriotas sencillos que lo ocultaron y señalaron los caminos menos transitados y alejados del peligro francés. Cansado y andrajoso, pero sano y salvo, llegó a Córdoba -donde pudo recuperar fuerzas- y después a Sevilla, donde la Junta Central le confirió el ascenso a brigadier de los reales Ejércitos con antigüedad del 9 de marzo de 1809. Brigadier es el oficial  general cuya categoría era inmediatamente superior a la de coronel. Esta categoría ha sido hoy reemplazada en el Ejército por la de general de brigada.

Meses después sería interrogado por el Auditor General de la Guerra acerca de varios extremos en relación con determinados comportamientos: qué ocurrió con el sello, es decir, con la estampilla del General José Palafox, así como con todos sus papeles e igualmente se le cuestionará sobre un dinero que debía entregar a Felipe Lallave, en Madrid, para las plazas de oficiales. Gálvez Cañero se enfadó e indignó sobremanera al verse sometido a este interrogatorio, haciendo referencia a sus servicios a la patria y el haber despreciado las ofertas del general Lannes (“mostrando la misma constancia despreció la muerte a que estaba sentenciado, y todo por no faltar a su honor ya  su Rey”), con riego incluso de su propia vida, y los tres encarcelamientos a los que fue sometido. En cualquier caso salió airoso del dicho expediente, alegando que la custodia de la estampilla no era de su competencia y que, respecto a los papeles por los que se les preguntaba, “según las órdenes expresas del general Palafox, los quemó después de la entrada de los franceses, por cuyo medio, bien a costa de su propia vida, salvó la de infinito número de buenos patricios de las provincias contiguas”. En relación a aquellos dineros, justificó que aun estando destinado “al vestuario de las tropas desnudas”, no pudo ello realizarse por la próxima entrada de las tropas enemigas, por lo que esa suma debía encontrase en poder del comisionado Lallave. No constando repercusión negativa alguna del dicho expediente, podemos establecer la hipótesis de que el Auditor de Guerra, tras las pistas proporcionadas por Gálvez señalando a Felipe Lallave, encontraría aquellos dineros “extraviados”, concluyendo así el expediente a plena satisfacción.

Fernando VII con el hábito de la Orden del Toisón de Oro (Vicente López)
Siguió batallando desde 1809 a 1812 con el ejército de Extremadura y a las órdenes del mariscal de campo Fernando Gómez de Butrón, comandante general de la caballería. Fue nombrado coronel del Regimiento de América y en 1823 asistió con las tropas constitucionales a la defensa de Cádiz, sitiada por el ejército francés. Recuperada Cádiz y devuelto Fernando VII al trono absolutista, la carrera de Gálvez Cañero tocó a su fin, precisamente por su adscripción al sistema constitucional. Es cierto que no fue perseguido como muchos otros, pero desde luego, obviamente, no fue ascendido teniendo que retirarse a  Puente Genil.



Al inicio de la guerra civil de los siete años –la Primera Guerra Carlista– que enfrentó a los partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón y un régimen absolutista, contra los partidarios de Isabel II y de la Regente María Cristina de Borbón (cuyo gobierno comenzó siendo absolutista, pero acabó convirtiéndose en liberal), era brigadier y estaba de cuartel en Puente Genil. De ideas liberales, se pone al lado de la Constitución y ofrece sus servicios al Gobierno constitucional, que le confía la Comandancia General de la provincia de Córdoba. En 1836 cuando el ejército carlista se dirige a Andalucía al frente de Miguel Gómez Damas y Ramón Cabrera y Griñó, comprende la ineficacia de las medidas adoptadas por su Gobierno y propone replegarse a Sevilla. El Gobierno se niega a ello y lo releva de las responsabilidades encomendadas, retirándose entonces a Puente Genil sin mando alguno. Los acontecimientos que luego siguieron demostraban que no anduvo muy desacertado nuestro paisano en su propuesta, pues a pesar de las medidas adoptadas por el gobierno constitucional (en contra de las opiniones de Teodoro Gálvez) el ejército carlista tomó Córdoba y continuó hasta Gibraltar.

En 1853 era, en esta situación, el brigadier más antiguo del ejército español cuando, en reparación de tal injusticia y tropelía, atendiendo a los méritos, servicios y dilatada carrera, fue promovido a mariscal de campo en virtud de Real Decreto de la reina Isabel II de fecha 5 de enero, publicado el 6 de enero de 1853.

Finalizada la Guerra de la Independencia casó con la viuda de Francisco Palafox, Teresa de Villalpando y San Juan, hija de los Condes de San Juan, de la nobleza aragonesa, dama de la noble orden de María Luisa (fallecida el 7 de marzo de 1861), con quien tuvo dos hijos, Francisco y María Teresa Gálvez y Villalpando, condesa de Torresecas. Gálvez Cañero murió el 18 de junio de 1859, bajo su testamento de 3 de enero del mismo año, otorgado ante el escribano Mariano Montilla.
Por él sabemos que no mantenía relación alguna con sus hijos: de María Teresa nos dice que “se haya casada, pero ignoro el nombre y apellido de su marido” y al referirse a Francisco, tristemente reconoce que “no tengo noticias de su existencia y paradero actualmente”. Si a ello unimos que su esposa tenía su residencia en Madrid, alejada del mariscal, y que éste murió en la más absoluta ruina, pues declara “no poseer bienes muebles, inmuebles, caudal, hacienda ni efectos de ninguna clase de que poder disponer”, dependiendo únicamente su subsistencia de la mitad de la paga mensual que le correspondía, ya que la otra mitad la percibía su esposa Teresa, si además añadimos que vivió en casa ajena y enfermo durante sus últimos años, adeudando a su fallecimiento la cantidad de tres mil reales de vellón por salarios o soldadas, descubrimos un triste final para quien debió ser un militar extraordinario al servicio de España y sus ejércitos.

Teodoro Gálvez Cañero forma parte de esa ingente lista de pontanenses ilustres cuyo recuerdo va cayendo en olvido: injusticia ésta ante la cual debemos levantarnos y reivindicar la memoria de aquel que con sus servicios a España conquistó el tratamiento de Excelentísimo. Se ha olvidado su trayectoria en este Puente Genil, pero no así en Zaragoza. Con motivo del Centenario de la Guerra de la Independencia decía de él el general de artillería Mario de la Sala Valdés y García Sala, que entre todas las figuras relevantes en la defensa de Zaragoza en 1808 y 1809, ninguna tan olvidada y necesitada de que reverdezcan sus laureles como el heroico Gálvez Cañero: pues si es cierto que en aquella alta ocasión alcanzó justa fama y que los historiadores le citan con elogio como uno de los cooperadores más allegados al general Palafox, pocos son lo que puntualizan los méritos anotados en el historial de su hoja de servicios, que tuvimos la fortuna de examinar.

En 1908, con motivo de los actos de celebración del Centenario de los sitios de Zaragoza, se edificó en aquella ciudad la Escuela de Artes y Oficios, erigiéndose en su fachada varias lápidas conmemorativas. En una de ellas, consagrada al recuerdo de “Los caudillos militares defensores de Zaragoza” se leía el nombre de nuestro héroe “Conel. D. Teodoro Gálvez Cañero”.

Firma de Gálvez Cañero estampada en su testamento


Fuentes:

  • “Apuntes Históricos del Villa de Puente Genil” Agustín Pérez de Siles y Antonio Aguilar y Cano, 1874.
  • “Obelisco histórico en honor de los heroicos defensores de Zaragoza en sus dos sitios (1808-1809)” Mario de la Sala Valdés y García Sala, Zaragoza 1908
  • “El Católico”, 7 enero 1853
  • “El Faro Nacional”, 13 febrero 1853
  • “El Contemporáneo”, 10 marzo 1861
  • “Botas y espadas en la secreta sociedad de la escuadra y el compás: la masonería y los militares en la Historia de España”, Alberto Valín Fernández. Revista Anuario Brigantino nº 27, Ayuntamiento de Betanzos (A Coruña), 2004.
  • “Arquitectura de la Exposición Hispano-Francesa de 1908”, Diputación Provincial, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, Jesús Martínez Verón
  • “Guerra y cuchillo. Un grito por la Independencia y la Libertad. Primer Sitio de Zaragoza 1808” XXV premio Los sitios de Zaragoza 2010. Ayuntamiento de Zaragoza 2011. José Antonio Pérez Francés.
  • Archivo Histórico Nacional. Secretaría de Guerra. Averiguaciones sobre Teodoro de Gálvez Cañero, secretario del General Palafox.
  • Archivo Histórico de Protocolos Notariales de Aguilar de la Frontera, Córdoba.

martes, 9 de junio de 2015

Modesto Montilla Aguilar, pintor

Los datos que conocemos del pintor Modesto Montilla y Aguilar nos vienen dados fundamentalmente por Antonio Aguilar y Cano, quien lo recoge en El Libro de Puente Jenil, y por Antonio J. Illanes Velasco, miembro del Consejo de Redacción de la revista El Pontón, Cronista Oficial de la Villa y uno de los grandes conocedores del Arte y de la Historia pontanas.

Modesto Montilla y Aguilar (no confundir con Juan Ximénez de Montilla Melgar, quien firmaba sus obras como Juan Montilla) nació en Puente Genil en el 1842, donde fallece en 1899 a la edad de 57 años. La mayor parte de su vida transcurrió fuera de nuestro pueblo. Cursó estudios de Perito Mercantil en Cádiz, donde además se matriculó en la Academia de Bellas Artes durante el curso 1859/1860, logrando la medalla de plata en un concurso/exposición al que presentó sus trabajos. En 1872 marcha a Aguilar de la Frontera y al año siguiente a Montoro, donde ejerce como catedrático de Dibujo y Colorido en el Instituto de Segunda Enseñanza adscrito al Ayuntamiento. Dos años después, en 1874, lo descubrimos en Valencia y posteriormente en Madrid, donde, protegido por el Marqués de Cavaselice y el Conde Toreno, desarrolla como pintor profesional, no como mero aficionado, la mayor parte de su carrera pictórica. A partir de 1892 ó 1893 se asienta definitivamente en Puente Genil donde permanece hasta el final de sus días. A pesar de sus continuos traslados, mantuvo una relación constante con su pueblo natal, al que regresa con frecuencia, fundamentalmente durante los meses de verano.

Antonio López Muñoz (Palomo), primer propietario Casino
Remedios Avisbal Luque

Debió tratarse de un hombre ilustrado, tanto por su educación como por formación que recibe: sus estudios, el trato con la alta burguesía y la nobleza, las relaciones personales que trabó en la Corte y sus continuos viajes debieron hacer de él un personaje interesante de conocer. Su inquietud se manifiesta no sólo en la faceta pictórica: también publica libros de carácter didáctico y divulgativo, a saber, Lecciones de Aritmética, para uso de las escuelas de primera enseñanza (Madrid, imprenta de D. Ramón Ángel, año 1885), Aritmética, simplificaciones para su estudio (Madrid, imprenta de D.  Francisco G. Pérez, año 1891) y Ortografía española (Madrid, imprenta de D. Adolfo Ruiz de Castro-Viejo, año 1890). Además, lo descubrimos el 23 de enero de 1870 constituido en fundador de la Sociedad de la Historia Local (de carácter absolutamente altruista, cuyo nacimiento se debió a la necesidad de encauzar las inquietudes de una serie de pontanos de alto nivel cultural), junto al primer presidente de dicha sociedad, Agustín Pérez de Siles y Prado, Antonio Morales Rivas, Manuel Pérez de Siles, Agustín Aguilar y Cano, José Flor Carvajal, Enrique Porras del Castillo, Francisco Aguilar y Cano, José Pérez de Siles y Rivas, José Pérez de Siles y Prado y Juan Antonio Almeda.

La labor investigadora de Antonio Illanes lo ha llevado a catalogar la existencia en Puente Genil de al menos quince obras de Montilla y Aguilar. A pesar de tan escaso número de obras en un pintor profesional, se cuenta de él que era tremendamente prolífico y que acababa sus retratos (que constituyen la mayor parte de su obra) y bodegones, pues no le conocemos paisajes, en apenas un par de semanas.
La existencia (al menos la catalogación) de tan pocas obras del pintor, viene motivada por varios factores: por un lado porque, como dicho queda, casi toda su carrera pictórica y profesional se desarrolla fuera de Puente Genil. Y en segundo lugar, por las numerosas riadas que asolaron de manera continua la zona baja del pueblo, toda vez que hemos de ser conscientes de que era ahí donde se encontraban las casas de la burguesía local y, por ende, quienes ostentaban sus retratos. Y, finalmente, por la consideración o, mejor dicho, la desconsideración imperante a lo largo de varias décadas del siglo XX hacia todo lo que fuese o pareciese antiguo. Afortunadamente hoy el panorama ha cambiado por completo y vivimos una época dorada en cuanto al deseo de las nuevas generaciones por recuperar y encontrar el origen de sus raíces en las obras y legados de las generaciones precedentes.

Firma del pintor
Antonio Illanes, con frecuencia y desde todos los foros en los que interviene, pide a sus paisanos que busquen en viejas arcas, desvanes, en las casas de las abuelas… e indaguen por si alguno de los viejos documentos, cuadros, papeles, etc. pudieran ser de interés histórico para Puente Genil. 

Recientemente hemos tenido noticias de dos pinturas atribuibles a nuestro protagonista y no catalogadas al día de hoy. Se trata de dos óleos que fueron propiedad de Lorenzo Villafranca Melgar y su esposa Mª Josefa Reina Estrada en los que se representa a José Estrada Melgar y a Asunción Reina Álvarez. Su estado de conservación es bastante bueno, y la fecha y firma aparecen en el retrato de Dª Asunción en la parte superior derecha del cuadro, año 1894 junto a  la típica y característica lazada del autor.


Curiosamente el retrato de D. José, indudablemente pintado por la misma mano, no consigna fecha ni firma, por lo que suponemos se trató de un encargo de los dos retratos a juego,  concebidos como una unidad, consignando la autoría y el año sólo en uno de ellos.

José Estrada Melgar
Asunción Reina Álvarez

lunes, 8 de junio de 2015

Rodrigo García Luque, maestro de obras

Rodrigo García Luque, pintura al óleo por Modesto Montilla en 1894, con 41 años
A quienes nos gusta esto de conocer la historia de nuestros edificios, de nuestras, tradiciones y personajes... en definitiva, la historia de nuestro pueblo, solemos desde casi adolescentes leer o consultar las revistas y publicaciones de todo tipo que, a lo largo del tiempo, van cayendo en nuestras manos. Poco a poco nombres, apellidos, ermitas desaparecidas o distintos acontecimientos se van haciendo casi familiares.  Eso me ocurrió con el personaje que hoy nos ocupa.

Sin motivo racional alguno, por el solo hecho de compartir espacio y tiempo, te sientes orgulloso del edifico de La Aurora y lees sobre él. Al relacionarte con el mundo de la Semana Santa consultas algunas cosas sobre la ermita de Jesús Nazareno. Lees o te cuentan historias y anécdotas sobre el Teatro Circo… y siempre salía el mismo nombre: Rodrigo García Luque. Poco a poco empecé a sentir curiosidad por éste a quienes los historiadores del arte y de la historia nombran como maestro o práctico de obras e, incluso, como arquitecto local.

Rodrigo García nace en Puente Genil el 21 de septiembre de 1853 y fallece, también en Puente Genil, el 20 de julio de 1925 a la edad de 73 años. Hijo, nieto y bisnieto de otros Rodrigos Garcías, también maestros de obras, con sólo catorce años queda huérfano de padre, que falleció en accidente laboral al precipitarse desde un andamio durante unas obras en la ermita de Jesús Nazareno, quedando desde entonces al frente del negocio y cabeza de una familia que se reducía entonces a su madre, hermana y hermano Ricardo.

Desde muy joven, casi niño, conoció el oficio de maestro de obras, comenzado desde las labores de peón de albañil. Rodrigo debió ostentar un carácter fuerte para curtirse en su profesión, al mismo tiempo que inquieto y preocupado por el aprendizaje, pues adquirió importantes nociones de diseño y cálculo de estructuras (según información familiar cursó estudios en Madrid) lo que, unido a la aportación de su hermano Ricardo, a quien descubrimos como delineante, fue fundamental para su desarrollo profesional.

Contrajo matrimonio con Carmen Montero Montilla, con quien tuvo doce hijos: Virtudes, Remedios, Justa, Natalia, Sierra, Rodrigo, José, Francisco, Antonio, Leovigildo, Arturo y Mercedes, que muere siendo niña.

Rodrigo García Luque, su esposa Carmen Montero Montilla y once de sus doce hijos: Justa, Rodrigo, Virtudes, Leovigildo, Paco, Pepe, Antonio, Arturo, Natalia, Sierra y Remedios. 



Carmen Montero Montilla
Sus buenas relaciones con la burguesía local, su participación en la vida social y cultural del Puente
Genil de la época, a través de la Corporación del Imperio Romano (de la que fue fundador en 1871, primer teniente en 1906 y diseñador de su segunda bandera) y la Cofradía de Jesús Nazareno, contribuye sin duda a la obtención de encargos profesionales, que su buen hacer y calidad en las obras se encargaría de acrecentar. Fue un hombre respetado, juicioso y cabal, frecuentemente reclamado por el Juzgado de Aguilar de la Frontera a través del cupo de padres de familia, para formar parte del jurado en todo clase de asuntos (homicidios, asesinatos, robos, malversación, violaciones, abusos deshonestos…). De todos sus hijos varones sólo Rodrigo y Leovigildo pertenecieron luego al Imperio Romano

Fuera de Puente Genil sabemos que dirigió la construcción de una fábrica de abonos minerales en Fuente Piedra, la estación de Cabra y otras localidades. En su villa natal desarrolla su actividad en todas las facetas de la arquitectura como le es posible: residencial, religiosa e industrial. Construyó varias casas familiares, como las de la familia Ariza en la calle Alcaide, la de los Aguilar en la calle Madre de Dios y la de Alfonso Ariza y Estrada en la calle Don Gonzalo.

Rodrigo García Luque
Curioso es, desde luego, el vínculo que a Rodrigo García Luque (y a todos los Rodrigos Garcías arriba mencionados), vincula con la ermita de Jesús Nazareno. Su abuelo fue el constructor y maestro de obras que a comienzos del siglo XIX llevó a cabo los trabajos en la fachada principal, alzando las dos torres, una de las cuales quedó inconclusa (y la que se terminó hubo de ser reconstruida en 1884 tras su destrucción parcial a causa de un rayo caído en 1882). Además de las obras en la fachada y las torres, levantó también un pequeño pórtico rematado con balaustrada. Años después, el padre de nuestro protagonista moriría durante la ejecución de otra de las obras que se hicieron en la ermita y, finalmente, nuestro Rodrigo García fue el encargado del derribo de aquel pequeño pórtico que hizo su abuelo para construir el actual, de mayores dimensiones, así como la renovación de la portada neoclásica con arco de medio punto entre pilastras toscanas, rematada en un frontón triangular con modillones y colocación de un nuevo zócalo de mármoles rojos y blancos.

También debemos a García Luque la confección a finales de la década de los ochenta del siglo XIX de los planos del antiguo Asilo de las Hermanitas de los Desamparados (inaugurado el 4 de mayo de 1889), de cuya ejecución fue responsable, sin embargo, Rafael Carmona Cabello. Poco antes, el 10 de septiembre de 1887, el Casino Liceo (sito entonces en la calle La Plaza nº 26) aprobaba en Junta General Extraordinaria, bajo la presidencia del insigne poeta Manuel Reina Montilla, la admisión de Rodrigo en tan selecto círculo (su hermano Ricardo no pertenecería al mismo hasta el diez de febrero de 1898), lo que da idea de las buenas relaciones que mantiene con la alta sociedad local. En esas fechas, no es que Rodrigo esté plenamente integrado en esa alta sociedad, sino que es parte importante de la misma. Prueba de lo cual -volviendo de nuevo al Casino Liceo-, lo encontramos en el acta de Junta Directiva de uno de marzo de 1893 en la que se ofrece a prestar ciento veintidós pesetas y setenta y tres céntimos para terminar las obras del salón bajo (dinero que, además, no percibiría hasta años después y sin generación de interés alguno).
Fábrica de Luz La Aurora
En 1897 se inauguró, también obra del maestro García Luque y ubicada en el casco histórico de la Villa, en la calle Jesús, la fábrica de luz La Aurora, siendo la segunda fábrica de este tipo en Puente Genil. El edificio consta de tres plantas de estilo mudéjar con columnas de fundición, arcos de herradura y rematada con almenas. En su fachada aparece la inscripción “Sociedad Eléctrica de Puente Jenil”, debiendo resaltar a modo de curiosidad que el nombre de la villa aparece escrito con J, como era usual en la época, y que las letras de bronce que configuran la leyenda pesan cinco kilos cada una.

Coetáneo a la Fábrica de Luz La Aurora es el edificio donde hoy se ubica el Casino Pontanés, en la Plaza Nacional. Se trata éste, sin duda alguna, de uno de los más emblemáticos edificios de Puente Genil. Su estado de conservación es excelente, gracias al mantenimiento y a la reforma que llevó a cabo el propio Casino (entonces Liceo-Mercantil) en 1998. Actualmente el Casino Pontanés es propietario de las plantas baja y primera, ubicándose en su segunda planta, con acceso por la calle Postigos, dependencias municipales adscritas al Departamento de Obras y Urbanismo del Ilustre Ayuntamiento. Fue construido en el año 1897 por encargo de Antonio López Muñoz (sus iniciales se conservan aun en la fachada), conocido por Palomo. En este edificio puede verse la similitud con la arquitectura italiana del  cuatrocento, concretamente al palacio veneciano Vendramín-Calergi, en que se inspira.
Antonio López Muñoz y Remedios Avisbal Luque

La fachada del palacio fue dibujada a lápiz por Remedios Avisbal Luque durante su viaje de novios. En ese dibujo se inspiró Rodrigo García Luque para diseñar la casa, por expreso deseo de Remedios, a semejanza del dicho palacio veneciano.  En la fachada se combinan arcos de medio punto y ojivales con vanos rectos, a veces emparejados. Como curiosidad, reflejar solamente que muchos años después, una de las hijas del matrimonio Antonio López Muñoz y Remedios Avisbal Luque, Elena López Avisbal, casó en segundas nupcias tras el fallecimiento de su esposo, Francisco Antonio Morillo Fernández (con quien se casó el 26 de agosto de 1918), con uno de los hijos de nuestro protagonista, con Rodrigo García Montero.


Casino Pontanés

Palacio Vendramín-Calergi. Venecia
La fábrica de harinas de Nuestra Señora del Carmen, que más que fábrica habría que considerarla una colonia industrial compuesta por la propia industria, escuela, viviendas para obreros, economato e iglesia, si bien proyectada por el ingeniero José Galán Benítez, fue construida en 1904 por Rodrigo García, inauguradas las obras el 12 de mayo de aquel año y comenzó su actividad el 17 de junio de 1905. Inicialmente se dedicó a la fabricación de harina, panificación y fluido eléctrico (suministró alumbrado y fuerza a Puente Genil, Estepa y Aguilar) y posteriormente fue ampliada a fábrica de aceite y extractora de orujo. Formando parte de dicho complejo se encuentra también la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, que funcionó como capilla o ermita de la misma que fue construida en 1917 por Rodrigo y su hermano Ricardo en estilo neogótico. Fue un encargo de Antonio Baena Delgado, industrial eminente de Puente Genil (responsable -en unión con Ricardo Moreno Ortega- de la instalación eléctrica en 1889), a la memoria de su mujer Carmen Merino Gutiérrez. La Capilla del Carmen fue concebida como un edifico de nave única, pero al ser elevada al rango de Parroquia fue ampliada por el crucero en los años 1954-1958.

Vinculada a la prestación del servicio eléctrico, hay que resaltar el emblemático edificio que conocemos como El Morabito, situado en la avenida Manuel Reina, obra también de García Luque en estilo neo-mudéjar.

Más arriba, hemos vuelto a mencionar a Ricardo García, de quien sabemos bien poco. Acompañó a su hermano a lo largo de su recorrido personal y profesional, viéndose eclipsada su figura ante lo refulgente de Rodrigo. Sabemos, sin embargo, por testimonios de la familia, que tuvo varios hijos, pero todos murieron antes de los veinte años.

También es obra de Rodrigo la fábrica de la iglesia o ermita ubicada en la finca La Yegüeriza, que mandó construir el Duque de Tarifa y Denia (a quien se dedicó en Puente Genil la Plaza de los Duques de Denia, hoy de Emilio Reina). Las obras comenzaron en 1910 y concluyeron el 16 de enero de 1911, cuando se ofició la primera misa. Es de estilo mudéjar a base de arcos de herradura, decorado a dos colores tanto en la portada principal como en las ventanas y espadaña que posee para una campana.

En aquella época la burguesía local acomodó antiguos caseríos o cortijos y procedió también a la construcción de otros nuevos. Tal es el caso del Cortijo de la Cruz, o Cortijo Palaí. De éste hoy sólo nos quedan restos de la obra, algo irreconocible de lo que fue, de no ser por los documentos gráficos que han llegado a nuestros días. Fue edificado por José Melgar Paladín y su fábrica recordaba sobremanera al Morabito de la Matallana, al que hemos hecho referencia, de estilo mudéjar, con arcos de herradura y remates. Si bien no tenemos documentado que el autor de la obra fuese Rodrigo García, es prácticamente segura su correspondencia, por cuanto el propietario de la finca debería formar parte de su círculo de amistades o conocidos en la época de su construcción, alrededor de 1910, y el estilo edificatorio concuerda absolutamente con el que desarrolló García Luque.

Mención aparte requiere no sólo la construcción, sino la promoción y explotación del Teatro Circo. 
Hasta 1902 y desde que desapareciera envuelto en llamas el Teatro Circo de Rivas y Solís, ubicado en el paseo de la Plaza Nacional, no había teatro alguno en Puente Genil o, al menos, que mereciera el nombre de tal, según nos cuenta Baldomero Giménez en El Aviso catorce años tras su inauguración. La construcción del nuevo Teatro Circo El Imperial (aunque no tiene la disposición de Teatro Circo, se le mantuvo el nombre en recuerdo al de Rivas y Solís) vino a suplir el déficit en este tipo equipamientos, demandado no sólo por la burguesía, sino por el pueblo llano en busca de una oferta de ocio y diversión que posiblemente sólo cubriese la Feria Real. Las obras de construcción se iniciaron el 3 de septiembre de 1901 bajo la dirección, como es lógico de Rodrigo García, quien pudo estar asesorado por el ingeniero francés Leopoldo Lemonier, y se inauguró el 24 de julio de 1902 con la actuación de la Compañía de Zarzuela de Eugenio Pamplona, de Madrid, y que representó “El barquillero”, “La Mariguana” y la Marcha de Cádiz. El conocido y desafortunadamente desaparecido telón de boca del escenario, del que únicamente conservamos documentación gráfica, pintado magistralmente por el escenógrafo malagueño Eduardo Ruiz Lerdo y que la prensa de la época calificó como “una de sus mejores obras, admirablemente hecha”, representaba fielmente las escaleras principales del edifico del Banco de España, en Madrid. Sabemos que aquel edificio resultó majestuoso, impresionante, imponente, “con alumbrado eléctrico (más de trescientas luces), agua abundante, bombas de servicio de incendios, grandes puertas y muchas ventanas y ventiladores, según reclama la higiene”. Anexo al mismo, había “un delicioso jardín sombreado con multitud de naranjos”. Para un pueblo de 1902, rural, con una economía basada en la agricultura, que gracias a la luz eléctrica y al ferrocarril comenzaba a ser foco de atracción de inversiones y migración, la inauguración del Teatro Circo debió ser un acontecimiento de relevancia. Y la notoriedad que con ello debió adquirir García Luque, digna sin duda de consideración. https://www.youtube.com/watch?v=HvEg_t2GDfk

Fue tanto el revuelo en la localidad y el agradecimiento de sus paisanos, que el domingo 20 de julio a las doce del mediodía se ofreció al autor del edificio, a quien se califica de “ilustrado maestro de obras” un almuerzo en su honor, amenizado por la Banda de Música de Miguel Gant. Al mismo asistió la representación de la más alta burguesía y la cultura de nuestro pueblo: los literatos que se mencionan entre los asistentes son Manuel Reina Montilla, Antonio Aguilar y Cano, Leopoldo Parejo, José Contreras, Francisco Carvajal, Alberto Álvarez de Sotomayor o Miguel Romero Carmona (sin bien éste lo hizo en calidad de corresponsal del periódico El Defensor de Córdoba). Asimismo asistieron también el alcalde Juan Delgado Bruzón, Rafael Reina Carvajal, Agustín Aguilar y Cano, Rafael Vergara, Alberto Gálvez, Antonio Baena Delgado, Antonio Reina Morales, Manuel Parejo Delgado, Manuel y Francisco Varo Ariza, Manuel María Melgar, Jose Delgado Bruzón, Leonardo Velasco, Enrique Moreno, Eduardo Cejas Lorenzo, Francisco y Joaquín Reina Framis, Manuel, Pablo, Antonio y Francisco Ortega, José Melgar, Agustín Rodríguez, Pedro Pérez, Andrés Carvajal, el fotógrafo Linares, corresponsal de Blanco y Negro… y así hasta los ciento cuarenta comensales que conformaron la mesa. Era costumbre en este tipo de actos que a los postres se leyesen por los asistentes poesías en honor del homenajeado. Nos consta que antes del brindis final a cargo del eximio Manuel Reina, Leopoldo Parejo leyó los siguientes versos, que reproducimos conforme fueron transcritos en la prensa de la época:


¡Gloria al arte inmortal!
¡Gloria a Talia!

Teatro sugestivo con tu ancha nave y tu elevado techo,
solo á tu vista, el sentimiento vivo
del arte vibra en mi ferviente pecho.

Teatro primoroso
donde el artista derrochó su génio,
déme tu musa en arte tan grandiosos
aliento y brío, inspiración é ingenio.

Teatro deslumbrante
donde todo es belleza y gallardía,
á tu hacedor, á tu creador triunfante
dedico entusiasmado esta poesía.

Si yo expresar pudiera
lo que en mi pecho conturbado siento,
con voz tan elocuente cual sincera
forma diera feliz al pensamiento.

Con vena inagotable
y en aladas estrofas yo os diría
que, aquí la risa, cual la gracia amable,
se juntan con la plácida alegría.

Que, aquí, sin pretensiones
dáse al sufrir consoladora calma,
dá la moral, aún sin querer lecciones
que con fuerza se graban en el alma.

Que aún el dolor, el llanto,
crueles compañeros de la vida,
del arte excelso, bajo el áureo manto
todo conmueve, y á gozar convida.

Más, pobre de discurso,
si rico como siempre en buen deseo,
me encuentro inerme ante tan gran concurso
como el que lleno de entusiasmo veo.

Así mi labio sello
pero antes permitidme que os salude.
¡Honor y gloria para el arte bello!
y ¡Honor al pueblo que á su fiesta acude!

A todos, si, os saludo
con júbilo profundo, extraordinario;
pero al que quiso levantar y pudo
este soberbio, espléndido escenario;

y con firmeza y calma
su labor terminar, á ese, conmigo,
gritad de corazón, con toda el alma:
¡Gratitud para siempre al gran Rodrigo!




En algún momento, además del homenaje popular, su pueblo le rindió sincero tributo nombrándole Hijo Predilecto de la Villa. A pesar de que no queda constancia de ello en los archivos municipales o, al menos no hemos encontrado ninguna referencia (hay que tener en cuenta que el Reglamento de Honores y Distinciones es de la década de los setenta del pasado siglo), así reza en la lápida del cementerio de Puente Genil que fue colocada por su nieta Estrella García López, hoy residente en Baena.



Además de las fuentes consultadas y que a continuación enumero, son de especial importancia los testimonios, consejos y orientaciones de Doña María del Rosario Fernández García, bisnieta de Rodrigo García, y sin cuyas indicaciones este trabajo no hubiera sido posible. 


Fuentes:
1.     Apuntes Históricos de la villa de Puente Genil (A. Aguilar y Cano y A. Pérez de Siles y Prado, 1874)
2.     El Libro de Puente Jenil (Antonio Aguilar y Cano, 1897)
3.     Puente Genil Monumental (Jesús Rivas Carmona, 1982)
4.     Antropología Cultural de Puente Genil I. La Corporación: El Imperio Romano (José Segundo Jiménez Rodríguez, 1981
5.     Recorrido histórico-artístico por la Villa de Puente Genil (Grupo de Trabajo del IES Manuel Reina de Puente Genil CEP Priego / Montilla)
6.     Testimonios y crónicas familiares
7.     Periódicos El Defensor de Córdoba y El Aviso
8.     Archivo Imperio Romano
9.     Archico Casino Liceo

José de Siles y Varela, escritor


De su libro "Las primeras flores", 1875

Desde que, por simple casualidad y gracias a la suerte, descubrí la figura de José Pérez de Siles y Varela (aunque él siempre omitió su apellido Pérez) quedé completamente deslumbrado por el brillo tanto de su personalidad, como de su faceta literaria. Siles pertenecía a esa generación sublime de grandes hombres de las letras y la industria, que en Puente Genil dieron forma figuras como Miguel Romero Carmona, José Contreras Carmona, Manuel Reina Montilla, Reina Iglesia, Leopoldo Parejo Reina, Rodrigo García Luque, Rafael Moyano Cruz, Antonio Baena Delgado, Emilio Reina Montilla… Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con los anteriores, de Siles muy poco se sabe de su vida.

Hijo de José Pérez de Siles y de Angustias Varela, nace en Puente Genil el 12 de abril de 1856 y muere en Madrid el 24 de junio de 1911. Sus primeros años discurren plácidos en Puente Genil, pero muy pronto marcha a Madrid buscando hacer realidad su pasión… las letras. Poseyó, como veremos a lo largo de las siguientes líneas, una personalidad deslumbradora y sumamente compleja. Sencillo, desinteresado, alejado de reconocimientos que ya desde muy joven lo venían persiguiendo, huye de cuantos actos sociales y convencionalismos pudieran convertirlo en centro de atracción. Aguilar y Cano nos habla de él como de alguien dotado de una “extraña y fecundísima personalidad literaria”, confesando abiertamente en El Libro de Puente Jenil (1894) su frustrado intento de llevar a cabo un concienzudo estudio sobre el poeta pontano, intento absolutamente infructuoso por haberlo impedido “las resistencias emanadas del mismo Sr. Siles”. Su primer biógrafo fue Rodolfo Gil Fernández, de quien obtenemos la primera información en su Córdoba Contemporánea, y que posteriormente fue utilizada tanto por Aguilar y Cano como por José Segundo Jiménez Rodríguez.

Inició sus estudios en el Seminario San Pelagio mártir, de Córdoba, completando el Bachillerato en Cabra y pasando luego a Madrid para estudiar Filosofía y Letras, dedicándose desde muy joven al periodismo. Rodolfo Gil, nos lo presenta con unas prodigiosas facultades para desarrollarse con las hermosas perspectivas que le ofrecía la capital de España.

Dorio de Gádex narrará en 1908 la llegada a Madrid de un jovencísimo Pepe Siles: “adolescente, casi sin bozo, llegó a este Madrid famoso, huyendo de las tranquilas dulzuras del hogar paterno, con muchas ilusiones y muy pocas pesetas”. Conocedor del latín y varias lenguas modernas, su dominio del francés le permitió ejercer como traductor de obras de distintos autores.

La prensa anunciaba su fallecimiento haciendo hincapié en que se produjo en la mayor de las pobrezas y víctima de una larga y penosa enfermedad, recalcando su personalidad de hombre buenísimo que no conoció enemigos. Desde Canillejas, en el extrarradio madrileño, al que se desplazaba diariamente andando varios kilómetros por no poder costearse el más elemental medio de transporte, su cuerpo inerte, privado de consciencia, fue trasladado en carreta hasta el Hospital provincial. La Correspondencia de España (22-06-1911) nos avisa de que varias horas después el juzgado ni siquiera había podido tomarle declaración porque no recuperó el conocimiento. Murió el 24 de junio de 1911 a las ocho y treinta de la mañana (el facultativo certificaría que por “hemorragia cerebral”) en la cama número diez, de la sala número once del Hospital Provincial de Madrid. Su entierro se verificó el miércoles 28 de junio a las diez de la mañana, asistiendo al mismo muchos periodistas, escritores y la redacción completa de Nuevo Mundo, a la que pertenecía. Previamente, en 1889, había sido director de la revista de Bellas Artes El Mundo Artístico y redactor de El Heraldo de Madrid, del que se separó en marzo de 1891 junto con el Director Rafael Comenge, el Redactor Jefe, Manuel Alhama Montes, y otros dos redactores, Ramón Peris y Adolfo Fernández de Castañeda. La comitiva se organizó en el Depósito judicial de cadáveres, en la calle Santa Isabel, frente al Hospital provincial, siendo enterrado en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena.



Certificado de defunción, anverso

Certificado de defunción, reverso

La más completa semblanza de Siles nos la muestra Baldomero Giménez Luque en El Aviso de 24 de junio de 1916, al cumplirse cinco años de la muerte del escritor. Por el modo en que D. Baldo lo recuerda, llamándole Pepe Siles, nos hace pensar que, si bien no existió una amistad entre ellos -pues tanto su forma de vida, como su residencia en Madrid suponía un impedimento para ello-, sí hubo desde luego una relación de consideración, buen trato y respeto. Destaca de él su carácter honesto e íntegro, defensor a ultranza de su independencia, lo que le costó morir en la más absoluta soledad, “con un guarismo por nombre, como mueren los innominados”. Subraya su talento como escritor, revelándonos que todos los libros que publicó -que no fueron pocos-, estuvieron costeados por los propios editores, lo que implica absoluta confianza en su obra y en la rentabilidad de la inversión. Emilio Carrere nos ofrecerá más tarde una versión no contrapuesta, pero sí radicalmente distinta a la de Don Baldo, al narrar una anécdota referida a un libro de Siles y a su impresor de cabecera, Gregorio Pueyo: “José de Siles es autor de un libro titulado El asesino de Lázara. Todos los escritores que llegan al zaquizamí de quien lo editó, salen con un ejemplar de este libro y con la recomendación de que le den bombo. –Haga el favor de decir algo. Está casi íntegra la edición. ¡A ver si sale este clavo!- Clavo en lenguaje editorial es el libro que no se vende nunca (…)”. También tenemos noticias contrapuestas a la versión de D. Baldo, redactada seguro con plena verosimilitud pero con concesiones al afecto hacia Siles, pues algún autor hace referencia a que buena parte de una herencia recibida, la empleó por supuesto, en los gastos propios de un bon vivant, pero también destinó buena parte de ella a la publicación de algunas de sus obras. Ambas informaciones serán sin duda ciertas: la mayor parte de su obra corrió a cargo de los editores (entre los que destacó Gregorio Pueyo), pues Siles jamás disfrutó de posibilidades económicas que permitiesen hacerlo por sus propios medios, excepto en la etapa en que se constituyó en heredero. Pero aparte de ese detalle respecto a la impresión de sus obras, el texto de El Aviso destila cierto amargor por la forma en que Puente Genil recibió la noticia del fallecimiento del escritor, “encogiéndose de hombros”. No obstante, no podemos olvidar, que Siles partió muy joven a Madrid, donde llevó una vida desordenada y bohemia (seguramente no bien entendida en la sociedad rural de un pequeño pueblo andaluz), en cuyo movimiento se enmarca, precisamente, su obra literaria. 


Emilio Carrere escribía en Madrid Cómico (18 febrero 1911) a propósito de la publicación de El asesino de Lázara: “Siles ha hecho una vida trashumante durante mucho tiempo, sin más compañía que su absurdo chaquet, el mejor camarada de este hombre franco, bebedor; artista y mujeriego quien a pesar de su cabello cano, cuando habla pone en los ojos un derroche de entusiasmo y juventud (…)” y lo califica de “artista, pintoresco, bebedor, enamoradizo”. Entre ambos, y a pesar de los veinticinco años de edad que los separaban, existió una buena amistad. Sin duda, Carrere fue uno de los que más hondo dolor sintió por la muerte de nuestro paisano.

Andrés González Blanco en la revista Prometeo (julio 1909), a propósito de la forma de vida de la que fue honestísimo apóstol hasta el final, afirma que “José de Siles es un bohemio incorregible, el último de los bohemios de la pasada generación […]. José de Siles ha tenido la originalidad de no ser un apóstata de la bohemia […]. En medio de su vida turbulenta y agitada, como es la vida bohemia de verdad, no la bohemia de postura, José de Siles no ha olvidado que la vida sin letras es una muerte”. Y tras alabar las virtudes literarias del escritor, ofrece algunas pinceladas sobre su personalidad: “Añádase a esto, que Siles es en su vida privada un entendido bibliófilo, un anticuario, un amateur de arte como hay pocos en nuestra patria. Su charla, chispeante e ingeniosa, es además instructiva. Completa el tipo exacto de aquellos eruditos del Renacimiento que eran unos causeurs gracejantes, a más de unos sabios venerados en todas las disciplinas. Un Pico de la Mirandola (sic) que diserta de omnia re scibili… et quibusdam alus (sic) con la fina ironía de un Anatolio France”.

Y otra vez Emilio Carrere el 1 de julio de 1911, y otra vez en Madrid Cómico a propósito de la muerte del fecundo poeta, glosará la figura del amigo, del bohemio, del artista, aportando detalles dolorosos, pero también jugosas pinceladas sobre la resignación y el sentido del humor de Siles. Cuenta que cada vez que se lo encontraban con su porte de caballero español (arruinado de nuevo, tras dilapidar jugosa herencia, que nos dirá de un tío suyo, mientras que Dorio de Gádex la referirá como recibida de su padre), siempre los invitaba a su hotelito en el que vivía en el campo a las afueras de Madrid, donde la quietud y sosiego le permitía escribir. Todos sabían, sin embargo, que vivía en “una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid”. Y nos dirá Carrere que “ha muerto Pepe Siles, poeta, filósofo y cronista; ha muerto ciego y pobre en el horror sin nombre del hospital, y su manera de morir ha sido el obligado epílogo de su bohemia”, finalizando su recuerdo al amigo de manera dolorosa:
Siles ha muerto de una manera trágica; hallaron su cuerpo caído en medio del camino, y en una carreta como un fardo inútil, sin saber quién era, le condujeron. Sirva la angustia sincera de mi corazón como plegaria por este cofrade, que ya no volverá a recitarme sus sonetos en la alta noche, cuando ambos ambulábamos por las calles como dos sobras de un mundo absurdo para los señores cretinos, que son legión…”.  Genial Carrere.

La obra de José de Siles se encuadra dentro de la corriente modernista “en su expresión más subversiva: la bohemia” (Juan Pascual Gay), a cuya estética se liga desde muy joven. Emilio Carrere lo recoge en su libro La Corte de los Poetas. Florilegio de Rimas Modernas (1906), al que Marta Palenque calificará como “la antología del modernismo hispánico” y en el que coloca a Siles entre los sesenta y siete poetas incluidos, insertando cuatro de sus textos, al mismo nivel que autores como Francisco Villaespesa, Manuel Machado, Luis de Oteysa, el mismo Carrere, José María Gabriel y Galán, Emilio Bobadilla (aunque Martínez Cachero y otros muchos se preguntarán qué tienen que ver con el Modernismo estos dos últimos autores) y José Pablo Rivas.

Emilio Carrere y otros bohemios Café Valera Madrid 1926

En cuanto a su producción literaria, además de escritor cultísimo, prolífico y fecundo, cultivó la novela, la poesía, el ensayo y el teatro, pero donde destacó sobremanera fue en los cuentos y relatos. El periodista Antonio Guerra y Alarcón saludaba en La Ilustración Nacional (una de las más cuidadas y hermosas cabeceras que nuestra Prensa ha dado) el 30 de octubre de 1880 la publicación de Un joven sensible, una colección de catorce cuentos, cada uno de los cuales “por su forma e interés merecerían ser verdaderas novelas”. Para entonces Siles ya había publicado Historia de amor (donde “encontró la crítica seria y descontentadiza algunas páginas dignas de figurar al lado de las de los mejores escritores españoles”) y La Seductora (en la que “ofrece un tipo lleno de humanismo y naturalidad”), afirmando el mismo Guerra y Alarcón, que hay pocos escritores que le aventajen en corrección y elegancia, y muy contados los que le superen en el sello de modernismo que imprime a cuanto produce su pluma.

En 1882 La Correspondencia de España informa que una bella oda a Lamartine, “del joven poeta D. José de Siles” había resultado premiada en el certamen poético celebrado en el mes de octubre de aquel año en la antigua academia Mont-Real de Tolosa (Francia).

La misma revista en su número de 19 de mayo de 1902 informa de la representación en el Teatro Moderno de Madrid de una alegoría dramática compuesta “por el distinguido escritor D. José de Siles” expresamente para ser representada por las alumnas de un ilustre colegio. A pesar de tratarse de una obra desprovista de pretensiones literarias, escrito únicamente para recreo de jóvenes y niñas y para que otras niñas lo representaran “el trabajo del Sr. Siles tiene, sin embargo, verdadero interés. Está versificado con soltura, en fáciles redondillas y no pueden negarse a los versos inspiración y delicadeza”. Se trata en concreto de una alegoría dramática en un acto, original y en verso titulada Certamen de flores y representada por primera vez, efectivamente, en el Teatro Moderno en abril de 1902 por varias alumnas del Colegio de señoritas dirigido por Doña Benita Pérez. Las alumnas que participaron en el estreno fueron Carmen Ortolá (Siempreviva), Carolina Arias (Almendro), Pilar Muñoz (Rosa), Pilar Bonilla (Violeta), Carmen Idoate (Clavel), Pilar Martínez (Jazmín), Carmen Ruiz (Lirio), Asunción Blanco (Pasionaria), Teresa Muñoz (Azahar), Julia Sánchez (Sensitiva), Josefa Navidad (Amapola) y Rosario García Barzanallana (Camelia). Resulta deliciosa y de una dulzura sublime la dedicatoria a la Sra. Dª Benita Pérez:
Concebida esta Alegoría y escrita con destino á ser representada por alumnas del Colegio que, con tanto celo é inteligencia desde hace ya largos años dirige ¿á quién mejor que á usted, respetable señora, podía ser dedicada? No es una obra que reúna méritos literarios, pues escrita en breve tiempo, adolecerá sin duda de defectos. Mas, tal y como es, acójala con indulgencia, atendiendo solo al espíritu que la ha dictado, que no es otro que ofrecer á usted un testimonio, aunque insignificante, de la alta consideración que la consagra su seguro servidor q.b.s.p. José de Siles”.

Dorio de Gádex, pseudónimo literario de Antonio Rey Moliné (inmortalizado por Valle Inclán en Luces de bohemia) se indignaba en El Radical el 5 de agosto de 1908, cuando Siles cuenta con cincuenta y dos años, al constatar cómo la vida bohemia, desordenada y mujeriega del escritor había chocado de tal manera con las formas moralistas imperantes en la época, que los distintos críticos literarios le hacían el vacío negándose incluso a informar de las publicaciones del genial Siles. 

Aunque no niega, ni aplaude, la licenciosa vida del escritor pontanés, aboga por separar la genialidad literaria de la vida personal de los autores. Y así se enfurece y clama contra esa línea editorial porque es “algo extraño y, más que extraño, triste, pues el poeta de “Los fantasmas del mundo” es un maestro, un verdadero maestro. Su estilo es ágil, vibrante, colorista. Conoce la retórica y la poética de manera sorprendentemente maravillosa. Su inspiración continúa siendo vigorosa, exuberante, juvenil a pesar de que su barba es casi blanca, de que ha vivido una vida  áspera, dolorosa, vida de bohemio, sin mimí ¡con alcohol! Siles, como Musset, ama el agua de la vida, en la que encuentra paraísos ideológicos, de sabio y bello artificios, fraternos de los que supieron hallar en el sutil y omnipotente opio Tomas de Quincey y Carlos Baudelaire (…)”. 

Siles Varela


Tras describir su llegada desde Puente Genil a Madrid una heladora noche de invierno alrededor de 1880 y que recogemos al inicio de estas líneas, nos cuenta acerca de su vida licenciosa, marcada por el alcohol, las mujeres, la vida desordenada y feliz, a la que fue siempre fiel, aun habiendo tenido opciones para salir de ella. En cuanto a su obra, Dorio de Gádex continúa diciendo que Siles desarrolla todos los géneros literarios creados por el hombre: la novela, el cuento, la crónica –de arte, literaria, taurómaca-, la crítica…. con un dominio absoluto de la métrica y de la poética, que le permitieron acometer todas las fórmulas y estilos, desde el sacro y el épico, al jaranero y picaresco. Y aunque reconoce la existencia dentro de la abundantísima obra de Siles (ya en 1908 llevaba 23 libros publicados y, según nos cuenta, escritos e inéditos otros tantos), de tres jocundos libros picarescos, su verdadera obra es la otra (a la que denomina “la seria”) en la que se respira un aroma moral que “hacen de Siles el autor predilecto de las familias cultas”.

Entre los libros publicados en aquellos años se encuentran varias novelas, cuentos, crítica taurómaca (Acuarelas del redondel), crítica de arte (El cincel y la paleta), poemas en prosa (El agua y el fuego), poesías serias (Los fantasmas del mundo, El diario de un poeta), poesías festivas (La musa retozona y El carnaval eterno) y “novelines” picarescos (La pícara Cornelia, Juana Placer y La hija del fraile). 

La Ilustración Nacional 6 de abril de 1898

No solo cultivó todos los géneros, sino que su amplísima cultura y preparación se refleja en otro apartado más de la labor literaria: la traducción. En 1895 se publicó La lira nueva, cuarenta y seis páginas con versos de Zola, Goethe, etc. traducidos por Siles. La Ilustración Nacional publica el 18 de octubre de 1899 La balada del desesperado, de Henri Murger (autor de La vida bohemia, que aquel mismo año se estrenó en Madrid en el Teatro de la Princesa) traducida por José de Siles. Nos consta, además, que fue también autor en 1901 de la versión castellana de la obra de André Theuriet El galán de la gobernadora publicada en Madrid en la imprenta Isleña de los hijos de Francisco C. Hernández y a quien también tradujo El profesor de Tous y Gertrudis y Verónica. Otras traducciones suyas son Cleopatra (de Henri Greville) y El Resumen de la Historia del Arte (C. Bayet).

Publicó en La Ilustración Nacional a lo largo de varias ediciones, su Diccionario Fantástico donde deja constancia impresa de su ocurrencia y sentido del humor. Para muestra un botón: Catarro = una tempestad en una nariz; vino = tinta potable; tinta = el vino con que se emborrachan los escribanos; esposa = cadena que siempre está amenazando soltarse; matrimonio = dos números que se multiplican sobre sí mismos; senado = centro de gravedad; dinero = sólido que siempre concluye por liquidarse; oficina del Estado = mar muerto; flor = una estrella que se quedó sin llegar a ser mujer; mujer = enredadera que tiene las espinas por dentro y por fuera las flores; escritor = hombre que vive de volver lo blanco negro; abogado = jugador de palabra que cobra en dinero…


Encontramos sus colaboraciones dispersas a lo largo de un ingente número de cabeceras a todo lo largo del territorio nacional: El Almanaque de la Risa, Coruña Moderna, Diario de Córdoba, Diario de Tenerife, Diario de Tortosa, El Adelanto, El Ateneo, El Avisador Numantino, El Aviso, El Comercio de Córdoba, El Constitucional, El Correo de Gerona, El Defensor de Córdoba, El Diario, El Diario Orcelitano, El Guadalete, El Nuevo Ateneo, El Orden, El Popular, El Pueblo, El Radical, El Telegrama del Riff, Flores y Abejas, Heraldo de Alcoy, La América, La Antorcha, La Comarca, La Correspondencia Alicantina, La Correspondencia de Alicante, La Correspondencia de España, La Crónica Meridional, La Cruz, La Época, La España Moderna, La Iberia, La ilustración Artística, La Ilustración Nacional, La Independencia, La Libertad, La Mañana, La Moda elegante, La Opinión, La Palma de Cádiz, La Región Extremeña, La Voz, Las Baleares, Los Cuentos Extremeños, Los Debates, Patria Chica (de Priego de Córdoba), Madrid Cómico, Nuevo Mundo, Pluma y Lápiz, Revista Contemporánea







(Traducción)

(Traducción)








Podemos hacer un listado aproximado de sus publicaciones (a las que hay que añadir las traducciones de obras a las que ya hemos hecho referencia), cuya búsqueda y lectura recomendamos fervientemente, y que indudablemente no constituyen números clausus. Al tratarse de un autor poco estudiado, hemos elaborado la siguiente lista a partir de los textos de nuestra biblioteca y con retazos de distintas publicaciones (libros, artículos y comentarios):
  • Obras de teatro: El demonio moderno (1900), La familia de Gazuza (comedia en un acto y en verso), El pintor y la modista (comedia en un acto y en verso), La fiebre de las mamás (comedia en un acto y en verso) y Certamen de flores (1902), El calavera (comedia en un acto y en verso, 1909).
  • Cuentos: El asesino de Lázara (1883), colección de cuentos publicados bajo el nombre Cuadros de color en 1895 en dos volúmenes: Mariposuelas y Pasiones de fuego; Los mil y un cuentos (1896/1897), Gran espectáculo (1889); Mariposuelas; Relatos trágicos (colección de cuentos de Siles, C. Rubio y J. Comas -1893-); La novia de Luzbel (1905), La casa de la alegría, cuentos (1905), El lobo y la oveja (1905), Boda buena y boda mala, La copa de veneno, El paraíso de los pobres (1905), Historias de amor, Un joven sensible, La vida pobre, Mentiras, El ruiseñor de invierno; La vida pobre y La corista.
  • Leyendas místicas: El drama del Calvario (1905).
  • Poesías: Kristian, El diario de un poeta (1885), Sonetos populares (1891), Lamentaciones, Las primeras flores. Lamentaciones. Quimeras 1871-1879 (1898), Sonetos, Noches de insomnio (1898) y que dedica a otro gran desconocido de las letras pontanas, al Dr. Rafael Moyano Cruz, Los fantasmas del mundo (1903), Imago, La musa retozona, El carnaval eterno; La lira nueva; Cielos terrenales.
  • Crítica de arte: Bellas Artes (1887) y El cincel y la paleta (1905).
  • Críticas taurinas: Acuarelas del redondel (1905).
  • Relatos de guerra: Memorias de un patriota (1905).
  • Novelas: La seductora (1887), Juana Placer (1889), La hija del fango, estudio del natural (1893) y La estatua de nieve (1905).
  • Sátiras: El carnaval eterno.
  • Comedia: El calavera (1909).
  • Jeremiadas: La chusma (1910) de la que ABC dirá el 22 de octubre de 1910 que “se trata de un poema revolucionario que fustiga duramente todas las farsas y convencionalismos de aquella sociedad”.
  • Otros: Cielos y abismos.
Rescatemos del olvido la obra de Siles… ¿Quién sabe qué parte de su ingente producción se habrá perdido ya para siempre? Aún se encuentran por librerías de viejo algunas ediciones de parte de su obra. Rescatémosla, guardémosla y démosla a conocer. Un lujo y un placer que, sin duda, las próximas generaciones sabrán valorar y agradecer. Más de cincuenta libros conocemos del malogrado escritor, del paisano que casi adolescente dejó Puente Genil en busca de fama y gloria en aquel Madrid de finales del siglo XIX. Su obra es fecunda, sus pensamientos y reflexiones, profundas. Merece la pena leer a Siles, no buscando en él referencias al hogar de la niñez o al límpido Genil. Hay que leer a Siles dispuestos a disfrutar de su prosa, de su verso, a recrearse en sus cientos y cientos de cuentos y relatos. La deslumbrante imaginación de Siles albergó una personalidad absolutamente fascinante, repleta de vivencias, de soledades, de fracasos, de miedos y complejos, pero rebosante al mismo tiempo de una ilusión deslumbrante, de unas ganas de vivir y de aprender exorbitantes, de un deseo de exprimir y beberse la vida hasta sus últimas consecuencias. Bebedor, mujeriego, buen amigo, dotado de un sentido del humor, del sarcasmo y la ironía que harían, sin duda las delicias de sus contemporáneos, de aquellos que se atrevieron a conocerle y, fundamentalmente de aquellos a quienes él dejó adentrase por entre los pliegues de su personalidad.

Con estas líneas, con este breve trabajo, en absoluto pretendo ni confirmar ni disculpar la personalidad de Siles, como tampoco elaborar una teoría crítica de su obra. Como tantas veces otros tantos han hecho, pretendo únicamente abrir una ventana al pasado que nos permita descubrir perlas que teníamos ocultas. Quisiera pensar, ojalá así ocurra, que un día, alguien pueda y quiera acometer el rescate íntegro y digno de la figura del escritor. Me daré por satisfecho si estas líneas sirven a modo del extremo de un hilo imaginario del que ese alguien, algún día, tire. 

Terminamos esta aproximación con el remate que hace Agustín Aguilar y Cano al biografiarlo:

Siles era un escritor elegante y delicadísimo, todo ternura, todo sentimiento, todo corazón, digno de haber ocupado uno de los lugares preferentes en el Parnaso español, lugar al que no llegó sin duda por contrariedades del destino, quedando en esa desesperante medianía que arrebata todas las ilusiones a los hombres de valor”.

Y llegados a este punto, me permito un regalo al lector interesado. Sin duda, uno de los poetas gigantes de la literatura española es el pontanés Manuel Reina Montilla. Conocer su obra, acercarse a su legado poético, supone un trabajo que, sin duda, excede de las pretensiones de este blog. Desde luego, recomiendo bucear en su poesía de aires modernistas y conocerlo de la mano de quien mejor lo conoce en el mundo, su bisnieto, el profesor y académico por Puente Genil de la Real Academia de Córdoba en su sección Bellas Letras, Santiago Reina López. 

A pesar de que su obra ha sido objeto de seminarios, ciclos, cursos y conferencias, Reina Montilla sigue siendo un desconocido para la mayoría de los lectores. ¿Las causas? Varias, sin duda. Quizás la lejanía de su obra del gusto poético actual, quizás el hecho de que quienes fueran sus protegidos, aquellos que lo llamaron maestro (Manuel Machado, el Nóbel Juan Ramón, Villaescusa...), no sólo no reivindicaron su figura en el momento oportuno, sino que, además, alguno de ellos pagó su protección y generosidad con una interesada distancia del poeta pontanés. Pulsando sobre este enlace, oirás a Juan Ramón hablar sobre Reina. 

Valga lo anterior como introducción a un precioso y exahustivo trabajo del que es autor Emilio Ocampos Palomar (Universidad de Sevilla), en el que dibuja las vidas de ambos poetas, Reina y Siles, tan cercanas, tan distantes. Este trabajo fue publicado en el núm. 348 de la revista El Pontón, del mes de febrero de 2018. 

Puente Genil, ¿La «humilde aldea» de José de Siles o el «cielo de zafiro» de Manuel Reina?


1.             VIDAS PARALELAS.

 El trabajo presente pretende estudiar las poéticas de Manuel Reina y José de Siles a través de la mirada que estos autores dejaron de su pueblo natal, construyendo, a la vez, el paralelismo de su recorrido poético. Ambos nacen en Puente Genil en 1856 y a mediados de los años 70 se encuentran en Madrid. Manuel Reina publica su primer poemario en 1877 (Andantes y alegros) y Siles lo hace en 1879 (Lamentaciones: poesías). Reina, en este primer libro suyo, dedica el poema «El rey Haraldo Harfagar» a Siles: «A José P. de Siles, notable literato»[1]. Es decir, con 20 años ya se conocían. Probablemente antes.


Se inician así en una carrera literaria que les deparará distinta suerte: Reina, que costeará su estancia en Madrid gracias al casamiento con una rica heredera paisana suya, será respaldado por Núñez de Arce (como así muestra la carta que se incluye en La vida inquieta, firmada a 29 de octubre de 1894) y más tarde será considerado precursor del modernismo o «premodernista», mientras que Siles, beneficiario de una herencia de un tío rico, se costeará sus publicaciones con poca repercusión en el lector: «Por la obsesión de escribir renunció a todo y sacrificó los cincuenta años de su vida. Ha dejado veinticinco volúmenes de poesía, de cuentos, de crítica, que no le produjeron una sola peseta ni pondrán una sola hoja de laurel sobre su ataúd pardo y siniestro del hospital. A veces el arte es demasiado cruel; deidad y vampiresa, exige hasta la última gota de sangre de sus pobres ilusos»[2].


La muerte también unirá a los poetas. Reina fallece el 11 de mayo de 1905 y Siles lo hace seis años después, el 24 de junio de 1911. La noticia de la muerte de Reina adquirirá en Puente Genil «proporciones de homenaje, abriéndose una suscripción popular para la ejecución de un busto del escritor, que se colocaría un año más tarde ante su casa natal»[3]. Sin embargo, la noticia de la muerte de Siles será todo lo contrario, escueta, y aparecerá ligada a la de Reina. Una muerte, como una vida, a la sombra: «Ayer Manuel Reina; hoy Pepe Siles. En corto espacio de tiempo, Puente Genil ha visto desaparecer dos poetas, hijos suyos, que al abrirse los mismos de gloria, también supieron llevarla a las letras y al pueblo natalicio»[4]. Bien, veamos ahora cómo llevaron las letras al pueblo natal.

 

2.             PRIMEROS POEMAS. LA HUELLA DE BÉCQUER.

 

En los dos primeros libros de Manuel Reina es donde se hace más visible su gusto por Bécquer, siendo numerosas las composiciones sencillas, pero alternándolas con otras de carácter marmóreo, apuntando al parnasianismo que se dará en su poesía posterior. Santiago Reina López advierte lo siguiente:

 

Si en Andantes y Alegros predominan fundamentalmente los elementos románticos (esproncedianos y becquerianos por lo general) y las aportaciones originales eran más bien escasas, en Cromos y Acuarelas la proporción se invierte. El colorismo, faceta en la que Reina destacará como maestro, se puede observar en numerosos poemas. Las influencias de Bécquer y Espronceda (sobre todo la del último nunca abandonará a Reina) son, sin embargo, más difíciles de apreciar. […] Nos atreveríamos a afirmar que en Cromos y Acuarelas ya están esbozadas algunas de las líneas maestras que Manuel Reina va a seguir en el futuro y que conducirán, ineludiblemente, al Modernismo[5].

 

Lo que nos interesa anotar de esta primera etapa de Reina es el empleo de los elementos lujosos y exóticos para definir el cielo o el agua. En Andantes y Alegros encontramos este recurso para referirse a los ojos: en «Sueños» vemos «esos ángeles de ojos de zafiro»[6] y en «Un sainete» «reposan sus pupilas de zafiro»[7]. En Cromos y Acuarelas, vemos que en «Mayo» «de azul y plata adornada / está la rauda cascada»[8], en «Petrarca» tenemos «la nube de zafir, ópalo y grana»[9] y en «Una representación de Otelo» el lujo está «en un cielo de nácar»[10].

En cuanto a José de Siles, señala José María de Cossío que «su primer libro, Lamentaciones […] es libro desorientado aunque predomina el influjo de Bécquer»[11]. No podemos estar más de acuerdo, extendiendo esta afirmación a la primera etapa de Siles (la que podemos concluir con la publicación de Noches de Insomnio en 1898). Si en Reina vemos una tibia evocación becqueriana porque su poesía va hacia el parnasianismo, en Siles la influencia es más que evidente: «Y ese canto misterioso / desde ha mucho tiempo yo, / modulando voy dentro, / dentro de mi corazón»[12].  Esto es Bécquer. Recordemos:

 

Yo en fin soy ese espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso

de que es vaso el poeta[13].

 

¡Sin embargo, estas ansias me dicen

que yo llevo algo

divino aquí dentro[14].

 

Siles aquí le da forma a la idea, la modula. En realidad, se adscribe a la necesidad becqueriana de materializar la idea: «Yo soy el invisible / anillo que sujeta / el mundo de la forma / al mundo de la idea»[15]. Este es solo un ejemplo de la reutilización de Bécquer en El diario de un poeta[16], pero habrá casos más llamativos como el paralelismo entre las golondrinas y el amor: «ya vuelven las golondrinas / y también vuelve el amor»[17] o el empleo de imágenes muy cercanas a las del poeta sevillano: «Con tu mano de nieve / en torno de tus rizos, / tratabas de asustar los leves pájaros / que te aturdían con sus raudos giros»[18]. Imagen que se refleja en esta otra de Bécquer: «¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!»[19]. Siles aprende de Bécquer la concisión y la sencillez poéticas.

Para los dos poetas pontaneses Bécquer es un punto de encuentro, tanto es así que ambos toman la rima VII para componer «La lira rota» (Cromos y acuarelas) y «El violín» (Los fantasmas del mundo), respectivamente. Aunque, como hemos visto, Siles se va a mantener mucho más en Bécquer que Reina, siendo este hecho el que los lleve por caminos diferentes, Siles girando hacia la poesía realista y el naturalismo social y Reina hacia el parnasianismo.

 

3.    LA POESÍA REALISTA Y EL PARNASIANISMO.

 

Con La vida inquieta se consolida en Reina su poesía parnasiana. A modo de poética funciona su primer poema, toda una declaración de intenciones: «Canta el lujo oriental, los frescos lirios, / los collares de perlas, las escalas / de seda y oro, la radiante gloria, / las tibias noches de zafir y plata»[20]. Si Reina utilizó el zafiro, la plata o el nácar para definir el agua o el cielo en Andantes y Alegros y en Cromos y acuarelas, ahora multiplicará esos elementos y los pondrá al servicio de su pueblo. Así nos presenta un «cielo de zafiro»[21], unas «ondas de zafir y plata»[22] o una corriente «de linfa de zafir y voz sonora»[23]. Y es que las nubes o el río llegan a ser en su poesía una metonimia del pueblo: «Al conjuro feliz de tu elocuencia, / cual hermosa visión de azul y plata, / álzase nuestro pueblo delicioso / del fondo de mi espíritu exaltado»[24]. Dirigiéndose al Genil se está dirigiendo a su pueblo:

 

¿Sabes, claro Jenil, por qué te adoro?

Porque en tiempos felices tu onda pura

ciñó encajes de plata a su hermosura,

velando de sus gracias el tesoro.

 

¡Jenil divino, en tu raudal sonoro

fulguró luminosa su figura

como cisne de espléndida blancura[25],

cual bella ondina de cabellos de oro![26].

 En estos versos podemos apreciar el lujo que señalábamos antes, aunque en Reina no todo será «cantar el lujo». En repetidas ocasiones la ostentación se mezcla con la sencillez:

 

El Jenil con sus ondas de zafiro;

las casas, que semejan palomares;

[…]

las huertas con sus frutos y sus aves,

y la torre gentil del blanco templo,

cuya amarilla cúspide flamea

al sol, como pirámide de oro…[27]

 En «La canción de mi pueblo» encontramos la misma dicotomía que se da en los dos primeros versos del fragmento anterior: «su cielo es de zafiro»[28], pero «sus blancos campanarios semejan palomares»[29]. Incluso, el campanario puede ser a la vez de plata y pobre, como sucede en «La fiesta del Corpus»: «Mientras en el azul se alza y blanquea, / con sus nidos de alegres golondrinas / y sus vibrantes notas argentinas, / el pobre campanario de la aldea»[30]. Da la sensación de que la sencillez de las cosas mismas se impone y el poeta no puede impedirla por mucho que lo intente. De este modo en «El sueño de una noche de verano» vemos «el blanco campanario de mi aldea, / con su rota veleta cincelada»[31], en «El campanario de mi aldea» nos encontramos con que todos sus placeres eran «tocar la alegre esquila / del blanco campanario de mi aldea»[32] y, finalmente, «En abril» se nos da cuenta de «el pobre cementerio de mi aldea»[33]. Por tanto, no todo en la etapa más parnasiana de Reina se debe al estilo ebúrneo, sino que también hay espacio para una poesía sencilla y detenida descriptivamente en lo inanimado, la cual se acerca mucho a la primera etapa de Siles, justo antes de que este descanse en lo animado por una preocupación realista y social.

Centrémonos ahora en José de Siles. Mientras que Reina habla de «cantar el lujo» (aunque, como hemos visto, no cumple del todo su palabra), Siles les dice a los poetas: «¡Oh! Sacerdotes sed, y no orfebristas»[34]. Este poeta va a rechazar los versos del modernismo exterior o exotista y lo manifiesta acercándose, de alguna manera, a los principios simbolistas:

 

Al engarzar las rimas, como perlas

de artístico collar, pensad que ornato

exterior no más son de la hermosura

a quien debéis rendir culto.

Líneas o notas, voces o matices

¿qué son sino relieves de la idea?

El lienzo, el mármol, el compás, la estrofa,

¿qué son sino los moldes de lo bello?

Mas, la eterna beldad yace en el alma,

en el alma de todo. Sed los buzos

de la esencia suprema[35].

De ahí la sencillez descriptiva que hemos podido apreciar anteriormente y que continuará hasta el final de su obra. En la segunda edición de El diario de un poeta vemos cómo el río no es de zafiro, ni de plata ni de nácar, sino de ondas azules:

              Por eso, en la transitoria

carrera que perseguí,

hacia el pueblo en que nací

suele volver mi memoria.

Por eso, cual grata gloria,

fuera, en mis penas más graves,

ver, con delicias suaves,

su río de ondas azules,

bordeado de abedules

y arrullado por las aves.

Y aspirar los cien aromas

de sus huertas, incensarios;

y admirar sus campanarios

circundados de palomas[36].

 Por otro lado, Siles coincide con Reina en la primacía del paisaje sobre el paisanaje en Las primeras flores, libro de lo que hemos llamado la primera etapa por la influencia de Bécquer. Así en «Adiós a la aldea»[37] se despide de la aldea en general y solo del campanario y del río en particular; en «Al río natal», dedicado al «raudal querido»[38], se detiene exclusivamente en lo inanimado, como en «la campana / de la humilde y pobre ermita»[39]; y en «Mi esperanza» lo animado aparece desfigurado, de fondo: «Desde la sagrada ermita / plañe sorda la campana, / que anuncia a los caminantes / en la tempestad la calma»[40]. Sin embargo, adviértase el cambio de los versos anteriores a los siguientes: «Desde la agreste ermita piadoso anciano lleva, / hacia desierta choza, salud al alma enferma»[41]. Hemos pasado de lo inanimado que trae la calma a lo animado que cura el alma. Esto sucede en Los fantasmas del mundo: los poemas atienden a lo humilde animado como vemos en «El párroco de aldea»: «No hay oro allí en las arcas, ni llave en las despensas, / ni más brocados ricos que la sotana negra. / Y allí, viviendo orando, / su hogar, de humildes piedras, / por mármoles no cambia / el párroco de aldea»[42]. Es decir, el salto definitivo de José de Siles a la poesía realista, y decimos definitivo porque en Sonetos populares ya se aprecia un gusto realista, incluso naturalista[43], se produce con Los fantasmas del mundo. A partir de este libro, Siles pone su mirada en el paisanaje y, concretamente, en los más desfavorecidos, distanciándose así de un Reina que continuará embebido en el paisaje.

La preocupación realista y social de Siles nacerá de su desconfianza en la ciudad moderna y en el progreso material.  Siles desconfía de la ciudad porque maltrata al más débil, al humilde. Por tanto, hablará de la explotación del obrero en «Idilio callejero», en «Máquina de hierro y máquina de carne», en «El calavera y el obrero», en «La buhardilla» y en «La castañera»; de la explotación comercial del ganado en «Nostalgia»; de los enfermos y mendigos abandonados en las calles en «Un mártir de la barbarie» y en «Pompas de jabón»; de la prostituta en «La perla en el fango», en «Ola perdida» y en «Venta de esclavas»; y del artista bohemio en «La vida del estudiante» y en «La serenata de los gatos»[44]. El poema «La estación de los pobres» merece, sin duda, comentario, pues aquí se dice que la primavera no solo es la estación de los poetas, sino que también y con más propiedad es la de los pobres «pues que los nutre amante y los consuela»[45]. Siles contrapone extraordinariamente la mirada poética pura, preocupada solo por la poesía, a la mirada social.

En cuanto a la desconfianza en el progreso y su relación con la poesía realista, Marta Palenque advierte lo siguiente: «La poesía realista refleja no solo la aceptación de unos tiempos nuevos, acordes con el mundo de la ciencia y la filosofía europeas, sino que también mostrará el desconcierto de aquellos que ven con desconfianza el progreso»[46]. De ahí que el progreso, como la ciudad, pueda ser peligroso para lo humilde animado. El poema «La dinamita» muestra cómo la fe en el progreso torna en desconfianza, pues la dinamita puede abrir montes para hacer carreteras o abrir minas, pero también puede matar si cae en ciertas manos: «Pero un día, aciago genio / de destrucción y maldad / la puso en la mano osada / del loco o del criminal»[47].

 

4.    CONCLUSIÓN Y UN POEMA CON MISTERIO.

 

En este trabajo se ha hecho un seguimiento de las coincidencias y diferencias tanto biográficas como estéticas entre estos dos poetas con Puente Genil como punto de partida y llegada. Dicho seguimiento nos lleva también a uno de los últimos poemas que escribiera José de Siles: «El amigo antiguo». En este poema de la segunda edición de El diario de un poeta muestra Siles como él, triste, ha fracasado en el arte, mientras que su amigo, feliz, ha triunfado. Asimismo resalta su sencillez frente al lujo de su amigo antiguo:

 

Yo sigo siendo el poeta

de los sencillos cantares,

y quizás no cambiara

tus goces por mis pesares.

Yo soy choza, tú palacio;

mas a mi humilde morada,

aún vienen las golondrinas

a cantarme en la alborada[48].

Desde luego, Reina y Siles compartieron edad, tuvieron «igual partida»[49] y marcharon a Madrid en busca del éxito literario que solo Manuel Reina alcanzó. Este escribió como «parnasiano impecable»[50], mientras que José de Siles defendió la sencillez. Si Siles se está dirigiendo aquí a Reina, su acierto definitorio se puede resumir en este verso: «Yo soy choza, tú palacio».

BIBLIOGRAFÍA CITADA.

Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128.

—— [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.

Carrere, E., «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.

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Cossío, J. M., «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, págs. 451-456.

García Montero, L., Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001.

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Palenque, M., El poeta y el burgués (Poesía y público 1850-1900), Sevilla, Alfar, 1990.

Reina López, S., Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985.

Reina, M., Andantes y allegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877.

—— Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878.

—— La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894.

—— La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895.

—— Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896.

—— Rayo de sol y otras composiciones, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897.

—— El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899.

—— Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906.

Siles, J., Lamentaciones: poesías, Madrid, A. Flórez y compañía, 1879.

—— El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885.

—— Las primeras flores: Lamentaciones, Quimeras (1871-1879), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.

—— Noches de insomnio: Imágenes, Fantasías (1880), Madrid, M. Romero, Impresor, 1898.

—— Los fantasmas del mundo: poemas de la realidad y la fantasía, Madrid, R. Velasco, 1903.

—— Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905.

—— El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905.


[1] M. Reina, Andantes y alegros, Madrid, Imprenta de A. Florez y Compañía, 1877, pág. 65.

[2] E. Carrere, «Retablillo literario», Madrid Cómico, núm. 72, 1-7-1911, pág. 7.

[3] A. Correa Ramón, Poetas andaluces en la órbita del modernismo. Diccionario, Sevilla, Ediciones Alfar, 2001, pág. 223.

[4] Anónimo, [Noticia de la muerte de José de Siles], El Aviso, 29-6-1911, pág. 3.

[5] S. Reina López, Manuel Reina y su época, Córdoba, Diputación de Córdoba, 1985, págs. 30-31.

[6] M. Reina, ob. cit., pág. 12.

[7] Ibíd., pág. 75. Esta «rica mirada» continuará en sus producciones posteriores: en La vida inquieta, en el poema «Leyendo a Byron» leemos «pupilas de zafir» (M. Reina, La vida inquieta, Madrid, Librería de Fernando Fe, 1894, pág. 112) y en «Desde el campo» «radiantes pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 190); en Rayo de sol «[…] despiden mágicos destellos / sus ojos de zafiro y sus cabellos» (M. Reina, Rayo de sol, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1897, pág. 11) y se nos habla de una virgen de «pupilas de zafiro» (M. Reina, ob. cit., pág. 13); y en Robles de la selva sagrada los ojos se funden con la lujosa noche: «azules y argentados son sus ojos / como las estivales noches puras» (M. Reina, Robles de la selva sagrada, Madrid, Establecimiento Tip. Sucesores Rivadeneyra, 1906, pág. 70).

[8] M. Reina, Cromos y acuarelas, Madrid, Imprenta de Fortanet, 1878, pág. 10.

[9] Ibíd., pág. 63.

[10] Ibíd., pág. 121.

[11] J.M. de Cossío, «El último becqueriano: José de Siles», Cincuenta años de poesía española (1850-1900), Madrid, Espasa-Calpe, 1960, pág. 452.

[12] J. de Siles, El diario de un poeta, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1885, pág. 10.

[13] L. García Montero, Gigante y extraño. Las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, Barcelona, Tusquets, 2001, pág. 362.

[14] Ibíd., pág. 365.

[15] Ibíd., pág. 362.

[16] Para incidir más en esta cuestión, véase J. M. de Cossío, ob. cit., págs. 451-456.

[17] J. de Siles, ob. cit., pág. 46.

[18] Ibíd., pág. 37.

[19] L. García Montero, ob. cit., pág. 364.

[20] M. Reina, ob. cit., pág. 8.

[21] Ibíd., pág. 15.

[22] Ibíd., pág. 47.

[23] Ibíd., pág. 58. En las obras posteriores de Reina se continuarán adornando el cielo y el agua de esta forma: en La canción de las estrellas encontramos que las estrellas «como un coro de ninfas nacaradas, / se bañan en las olas de zafiro» (M. Reina, La canción de las estrellas, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1895, pág. 9) o que el Guadalquivir a una huerta «palmas de plata, enamorado arroja» (M. Reina, ob. cit., pág. 11); en Poemas paganos, concretamente en «El poema de las lágrimas», «esplendores magníficos, brillantes / curvas de plata y majestad divina / muestra su cuerpo escultural de ondina / al salir de las olas murmurantes» (M. Reina, Poemas paganos, Madrid, Tipografía de los hijos de M. G. Hernández, 1896, pág. 26), y en «El crimen de Héctor» se recurre al siguiente apóstrofe: «¡Oh, noche de zafir!» (M. Reina, ob. cit., pág. 39), además está «la luna nacarada» (M. Reina, ob. cit., pág. 44) y hay un «torrente / de plata y luz donde bebiera Homero» (M. Reina, ob. cit., pág. 48); en Rayo de sol aparecen poemas como «La rosa y el ruiseñor» donde «da la luna, feliz, besos de plata» (M. Reina, Rayo de sol, ob. cit., pág. 53), como «Primavera» donde la ninfa «ya convierte en zafiros la onda inquieta» (M. Reina, ob. cit., pág. 56) o como «Al arte» con otro apóstrofe: «¡Oh torrente de plata armonïoso!» (M. Reina, ob. cit., pág. 57); en El jardín de los poetas se nos presentan versos como «sobre las olas de zafir y plata» (M. Reina, El jardín de los poetas, Madrid, Imprenta de los hijos de M. G. Hernández, 1899, pág. 27), «de la onda de plata y fuego» (M. Reina, ob. cit., pág. 57), «con veste de azul y plata / Guadalquivir la vistió» (M. Reina, ob. cit., pág. 116) o «y mecido por mar de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 129);  y en Robles de la selva sagrada «aves canoras, de luciente pluma, / llenan el aire de vistosas galas; / y en lagos de zafir, rosas de espuma / abren los blancos cisnes con sus alas» (M. Reina, ob. cit., pág. 13). Asimismo, en este último libro hay dos poemas donde el cielo y el agua se funden: el primero es «Childe-Harold»: «Es noche de azul y plata. / La luna, envuelta en fulgor, su hilo de perlas desata / sobre el mar arrullador» (M. Reina, ob. cit., pág. 61); y el segundo «La muerte de Juan Borgia»: «la luna, en su radioso poderío, / semeja un puente de bruñida plata / sobre las ondas pérfidas del río» (M. Reina, ob. cit., pág. 73). Por otro lado, existen dos poemas en Robles de la selva sagrada donde se describe a las musas de dos poetas sobre el lujo del agua: en «La musa de Teófilo Gautier» «en frondoso jardín se alza una diosa / junto a un extenso raudal de azul y plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 82) y en «La musa de Gustavo A. Bécquer» «ya, por senda de cipreses, como mariposa, vaga; / y arroyos, fuentes y lagos, / bríndale espejos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 89).

[24] M. Reina, ob. cit., pág. 35.

[25] En La canción de las estrellas: «[…] Como el cisne / que, al cruzar por el lago cristalino / deja sobre la linfa transparente / una pluma de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 26). A su vez, esta imagen vuelve a repetirse en Poemas paganos: «se alejaba la nave voladora, / dejando sobre el agua bullidora / ancha estela de espumas de zafiros» (M. Reina, ob. cit., pág. 41); en Rayo de sol: «entre las ondas de cristal y espuma / en que bogan dos cisnes arrogantes / de nacarada pluma / y cuello guarnecido de brillantes» (M. Reina, ob. cit., pág. 8); y en El jardín de los poetas: «y al pasar, con sus alas relucientes, / abre en el claro espejo de las fuentes / la golondrina azul surcos de plata» (M. Reina, ob. cit., pág. 23).

[26] M. Reina, ob. cit., pág. 85.

[27] Ibíd., págs. 35-36.

[28] Ibíd., pág. 127.

[29] Ibíd., pág. 128.

[30] Ibíd., pág. 147.

[31] Ibíd., pág. 164.

[32] Ibíd., pág. 64.

[33] Ibíd., pág. 143.

[34] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2º ed., Madrid, Imprenta de Felipe Marqués, 1905, pág. 84.

[35] Ibíd., pág. 85.

[36] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., Madrid, Antonio Marzo, 1905, págs. 173-174.

[37] J. de Siles, Las primeras flores, Madrid, M. Romero, Impresor, 1898, pág. 11.

[38] Ibíd., pág. 27.

[39] Ibíd., pág. 28.

[40] Ibíd., pág. 30.

[41] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 22.

[42] Ibíd., pág. 23.

[43] Así reseñan el libro en Revista de España: «Es la nueva obra de este joven y distinguido escritor, un audaz y felicísimo ensayo del naturalismo en la poesía, reforma que el público venía reclamando, aburrido de esos versos en que solo entraba la fantasía sin pizca de realidad» (Anónimo, [Reseña de Sonetos populares], Revista de España, núm. 136, 9-1891, pág. 128).

[44] Los tres primeros poemas junto a «Un mártir de la barbarie» y «La vida del estudiante» pertenecen a la segunda edición de Los fantasmas del mundo, el resto a la segunda edición de El diario de un poeta. En estos dos libros, Siles prescinde de la concisión lírica de su primera etapa becqueriana a favor de la extensión narrativa cercana a «los pequeños poemas» de Campoamor, abriéndose a un nuevo momento poético donde emplea intencionalmente el diálogo, el dramatismo (como ocurre en la fábula y en la dolora campoamoriana) y el tono coloquial para hacer posible el realismo. Así en «La vida del estudiante» vemos cómo el estudiante marcha a la Corte con «algunos dinerillos» (J. de Siles, ob. cit., pág. 207) o cómo «La castañera» grita para vender «¡castañas ricas y tiernas!» (J. de Siles, ob. cit., pág. 170).

[45] J. de Siles, Los fantasmas del mundo, 2ª ed., ob. cit., pág. 140.

[46] M. Palenque, El poeta y el burgués, Sevilla, Alfar, 1990, pág. 19.

[47] J. de Siles, El diario de un poeta, 2ª ed., ob. cit., pág. 80.

[48] Ibíd., pág. 216.

[49] Ibíd., pág. 215.

[50] J. R. Jiménez, «Elejía accidental por don Manuel Reina», Prosas críticas, Madrid, Taurus, 1981, pág. 61