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domingo, 30 de septiembre de 2018

La Plaza de Toros de Puente Genil




CIEN AÑOS DE LA PLAZA DE TOROS DE PUENTE GENIL


Los primeros festejos taurinos de los que el tiempo nos deja noticia, se remontan a un lejano 1607 con motivo de la boda de la hija de los marqueses de Priego con el marqués de Comares. Por tal motivo se celebró una corrida de toros al uso tradicional de aquel tiempo, es decir, por la mañana y por la tarde. En 1623 volvieron a celebrarse por el nacimiento del hijo de la marquesa de Montalbán. Y de nuevo volvieron a correrse toros en 1627, 1770, 1790… y en 1729 por las fiestas de San Juan de Prado (recordemos que se trata de un santo franciscano, orden implantada en la Puente de Don Gonzalo, beatificado por el papa Benedicto XIII el 24 de mayo de 1728). Hay que hacer constar que se organizan muchísimas corridas no sólo para regocijo del pueblo, sino con fines piadosos o benéficos, algo que será habitual en La Puente a lo largo de los siglos. En 1724 y 1725 a petición del corrector Fr. Lope de Armenta se celebraron corridas para atender los gastos derivados de la construcción del claustro del convento de la Victoria.

Documentalmente se refuerza la constancia de la celebración de corridas de toros en Puente Genil a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Así lo certifica el Libro de Actas de la Cofradía de la Purísima, con motivo de la solicitud al Consejo de Castilla de la preceptiva licencia de celebración de festejos para recaudar fondos destinados a la construcción de la ermita de la calle Madre de Dios. Aunque desconocemos el lugar donde se celebraban aquellas corridas, es posible que tuviesen lugar en la Plaza de la Villa, hoy de Emilio Reina, donde se taparían con tablones las bocacalles, convirtiendo aquel espacio público en toda una plaza de toros.

En 1862 (ver nota 1) se constituyó una sociedad entre Bartolomé Fernández León, José Reyes Pineda, Manuel Baena Arjona, Antonio Baena Cosano, Manuel Morales Navarro, José Illanes Jimenez y Antonio Balaguer Linares para levantar una plaza en una parte del Molino del Marqués, donde llegó a torear el famoso Rafael Molina Sánchez Lagartijo una corrida de la ganadería de Murube. Fue ésta una plaza de toros dotada de anfiteatro y una poco frecuente configuración octogonal levantada cerca de los Llanos de la Piedad sobre un terreno propiedad de D. José del Pino y Albelda. Sin embargo, su escaso aforo impidió que se siguieran organizando festejos de calidad por no poderse cubrir siquiera los gastos derivados de su organización (ver nota 2). Por tal motivo, después de la famosa corrida de Murube sólo se montaron novilladas con las ganaderías de Barbero (Córdoba) y Linares (Cabra), siendo lidiadas por Francisco Rodríguez Caniqui, Boliche y otros. Esa plaza se vendió en 1867 o 1868 a José María Campos Fernández, que siguió organizando festejos taurinos hasta octubre de 1871, que fue derribada. En 1887 una sociedad compuesta por Antonio Cortés Flores, Julián Palos León, Fermín Rivas Baena, Manuel Carmona Molina y Bernardino Cabello Luque construyó una nueva plaza de madera en uno de los patios del ex convento de San Francisco, y en la que se dieron algunas novilladas por parte de aficionados de Málaga, Córdoba y Écija, que fue desmontada dos años después.

Ya en tiempos más recientes, a raíz de las fiestas que por primera vez se organizaron en Puente Genil en 1909, comienza a hablarse de la conveniencia de contar en la villa con una plaza de toros. En 1910 se organiza en los altos de la fonda de Rafael Rivas Pérez (calle Don Gonzalo con calle Alcaide) una reunión para comenzar a dar forma al proyecto en el que participaron entre otros el bodeguero Antonio Campos Sánchez y Francisco Jurado Cansino, quienes más tarde formarán parte del Consejo de Administración de la sociedad que construyó la definitiva plaza de toros. 
En 1913 nos consta ya la realización de dos proyectos de plazas, uno por parte de Rodrigo García Luque, destacado maestro de obras de Puente Genil, a quien debemos algunos de los edificios más emblemáticos de la villa. Para su diseño estudió las plazas de toros de Granada, Antequera y Málaga, bosquejando un coso capaz de contener once mil personas sentadas que, ocupando el corredor superior de las gradas, podría elevarse hasta doce mil. Las gradas estaban diseñadas en dos planos, uno para ser ocupado como asiento por lo espectadores y otro, dos centímetros más bajo para los pies, a imitación de la plaza de Málaga. El coso tendría grada cubierta y un costo máximo de cien mil pesetas. 
Otro de los proyectos que se estudiaron fue el presentado por Clemente Caballero con una previsión de trece mil espectadores si se construía con palcos y un costo de ochenta y tres mil doscientas sesenta y seis pesetas y treinta y siete céntimos.  Este primer intento, sin embargo, para el cual Emilio Pérez Rivas realizó múltiples gestiones, por motivos que desconocemos no llegó a fructificar. No obstante, aquel deseo de que nuestro pueblo contase con un coso taurino había echado raíces y no pasaría mucho tiempo antes de que se acometiera un nuevo intento. 
Bajo el nombre “La Constancia”, en 1917 se constituye una sociedad para procurar la edificación de la plaza de toros de Puente Genil, en la que también participó como promotor, además de los señores anteriormente mencionados, el labrador José Marta. Se convocó entonces un concurso abierto para el diseño de la plaza, que debería contar con un presupuesto inferior a cien mil pesetas y una cabida para diez mil espectadores (ver nota 3). Solo uno de los proyectos presentados cumplía todos los requisitos que se exigían y contó con el aprobado del Arquitecto provincial. Se trata del presentado y redactado, desde los planos hasta la memoria económica, por Antonio Ortega Montilla. En sesión celebrada en el Teatro Circo a las cuatro de la tarde del 31 de enero de 1918, la junta de accionistas de la sociedad promotora presidida por Francisco Jurado Cansino y de la que Tomás González Caballos (calle Luna 30) era administrador gerente, aprobó el proyecto sin necesidad de voto, pues –como dicho queda– era el único que cumplía con las exigencias del pliego. Se encargaron las obras de edificación a los señores Francisco Gil Balaguer, Carlos García Santos, Antonio Gálvez y Manuel Gálvez.









Quizás uno de los motivos que explican la escasa vida útil que luego tendría esta plaza, fue la premura de tiempo con la que fue ejecutada. El 1 de febrero de 1918 comenzaban los trabajos de replanteo, en marzo se habían iniciado la construcción de los muros de contención y del recinto, el hoyado del relleno de los tendidos y el desmonte de la parte que habría de ser el redondel. Si bien se preveía que para julio o agosto el coso podría estar acabado, las lluvias primaverales ralentizaron el ritmo de las obras de construcción. En cualquier caso, a mitad de mayo la distribución de las dependencias ya estaba terminada, finalizados los muros del recinto y el concéntrico de contención y comenzado el muro de contención de la contrabarrera. A punto estuvo la plaza de ser escenario de una tragedia en forma de accidente laboral, pues mes de mayo de 1918 los hermanos Joaquín y José Villar Berral se ocupaban en las labores de socavar el redondel de la plaza para después, clavando unas barras de hierro a la profundidad conveniente, desprender grandes témpanos de tierra. Sin saber qué ocurrió exactamente, empleados como estaban en aquellas labores, sin clavar aun las barras, se desprendió una gran mole de tierra que sepultó a los dos hermanos. Cuando sus compañeros lograron rescatarlos, los daños más graves los presentaba José, con fractura de la tibia en la parte inferior cerca del tobillo del pie derecho.


El día de San Miguel, el 29 de septiembre de 1918, se inauguraba en Miragenil a los pies de la calle Nueva, la Plaza de Toros de Puente Genil. Se daba así respuesta a la demanda de una importante afición taurina, desbordante y apasionada, coincidente en el tiempo con el punto máximo de la legendaria rivalidad entre las dos grandes figuras del toreo de la época, Joselito y Belmonte. Dirigida la construcción por el tal Balaguer, Puente Genil siguió el desarrollo de las obras con la ilusión y la expectación propia de aquel comienzo de siglo, orgulloso de un coso con capacidad para miles de espectadores. En la inauguración actuó como alguacil Antonio Quintero Almeda el Pipi, llegando hasta nuestros días la anécdota de que Amado Feliú Rubíes llevó a la plaza un mono que tenía por mascota (ver nota 4) vestido de torero. Participaron en aquella histórica inauguración con una corrida mixta con dos toros y cuatro novillos de la ganadería de Fernando Villalón Daóiz, como matador Luis Guzmán Zapaterito y los novilleros Luis Muñoz Marchenero y Bernardo Muñoz Carnicerito (para un mayor desarrollo de esta noticia, ver nota 5).

Aún tratándose de una modesta plaza de pueblo, gracias al ferrocarril, a la luz eléctrica y su avanzada industrialización Puente Genil destacó por encima de otras localidades de la comarca, logrando la participación de grandes figuras del toreo. El 29 de julio de 1919 se celebra por Santiago una corrida con seis toros de la ganadería de los hijos de don Eduardo Mihura, en la que participaron como matadores Francisco Martín Vázquez, José Flores González Camará e Ignacio Sánchez Mejías, anunciándose con unos hermosos carteles impresos por Baldomero Giménez Luque y realizados en la imprenta litográfica de José Ortega, en Valencia.
Eran frecuenten los festejos aprovechando los días más señalados del santoral, como los de San Miguel, Santiago, la Piedad (el 8 de septiembre) e, incluso, por el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, a modo de despedida de la temporada.


Plaza de Toros de Puente Genil
Los años de la Guerra Civil e inmediatamente posteriores son años en los que no se celebran corridas de toros, por lo que, acumulando a la falta de uso de las instalaciones, la baja calidad de la fábrica de la plaza, hace que ésta venga prácticamente a ruina. Y así habría seguido de no ser por el carácter romántico y generoso de dos hombres, Miguel Baena García y Modesto Delgado Madrigal. Ambos grandísimos aficionados a los toros y padres, el primero, de un rejoneador –Rafael Baena– y, el segundo, un torero –Paquito Delgado–. Miguel y Modesto acuerdan con el propietario de las instalaciones, don Luis Reina, la explotación de la plaza a cambo de invertir en ella lo que fuere necesario para volver a ponerla en marcha. Son tiempos en los que la afición taurina vuelve a levantarse, a mostrarse deseosa de disfrutar de los toros, resurgiendo una afición que había permanecido dormida tras la brutal Guerra Civil (1936-1939) y en estado de hibernación los años inmediatamente posteriores. 
Múltiples factores coadyuvan al despertar de esa afición, entre otros, sin duda, el fenómeno de José María Martorell o el auge de Manolete junto a la aparición de figuras locales, de las que hablaremos a continuación.

La Plaza de Toros de Puente Genil se reinauguraba el 16 de agosto de 1947 dando paso a una nueva época dorada del toreo en la villa pontanesa. Aquí dejaron su impronta figuras como José María Martorell, Julio Pérez El Vito, Manolo Carmona, la dinastía Girón, los Bienvenida...

Precisamente los hermanos Bienvenida, máximo exponente de las dinastías toreras, pasaron en dos ocasiones por nuestra plaza, gracias a las gestiones de don Manuel Moreno Reina, farmacéutico con oficina en la calle Aguilar. El cuñado de Manuel Moreno, Félix Almagro, casado con su hermana Eloísa y que llegó a Puente Genil antes de la Guerra, tenía mucha amistad con la dinastía Bienvenida. Así en 1947 torearon Pepe, Ángel Luis y Juan (que era novillero) y unos meses más tarde, el 27 de febrero de 1949, repitieron faena un domingo de Cuaresma los mismos hermanos acompañados también por Antonio Bienvenida (ver nota 6). Una época dorada que duró hasta 1954. Entonces el sacerdote don Celestino Martínez Morante (que había llegado a Puente Genil en septiembre de 1950), en apoyo de la ingente labor social que desarrolló en Puente Genil solicitó la cesión del uso de la plaza, que inmediatamente le concedieron, y que empleó para la organización de distintos espectáculos, todos  ellos con fines sociales.


El mal estado de la construcción y el ascenso del Puente Genil a la 2ª División Nacional de fútbol, decantaron los cambios de hábito de la afición pontanesa, lo que inevitablemente condenó a la plaza (nota 7) que fue derribada para la construcción de una industria aceitera (Cooperativa Olivarera La Pontanense).


También Puente Genil contó con su pequeño elenco de figuras locales. Ya en 1913 despuntaba en nuestra localidad Francisco Castilla (8), conocido como Pajarete. Este joven de menos de veinticinco años, aficionado a la caza, consumado jinete, que tenía como espejo en el que mirarse las imponentes figuras de Joselito (Gallo Chico) –que toreó en Puente Genil el 24 de junio de 1919 una corrida de Benjumea, junto a Limeño y Sánchez Mejías– y Machaco y que desde los diez años comenzó a hacer sus pinitos en el Matadero (¡!) y en los cortijos de los alrededores, debutó en la Plaza de Toros de La Rambla el 12 de agosto de 1913 auxiliado por Machaquito II y Manolete II, de Córdoba, en una faena con novillos en la que rayó a gran altura, recibiendo ovación y saliendo a hombros de los aficionaos. De él contaba Julio Montilla (9) con hermoso estilo y declarada admiración: “En Roma, quizás Pajarete hubiera sido gladiador, y puede que también hubiese restallado su látigo en las cuadrigas del Circo; en Atenas, habría concurrido al Gimnasio; sería boxeador en América o aviador en Francia. Pero Pajarete es de España, ésta dá toreros, y torero es él con los arrestos que prestan la juventud y la ilusión”. Participó en corridas por los alrededores de su pueblo natal, como la celebrada en Cabra el 8 de septiembre de 1914, en la que logró la oreja del novillo.



Por aquellos años también despuntó Francisco Herrera Herrerita, debutante en la Plaza de Toros de Córdoba en el festival infantil celebrado el 29 de mayo de 1914 con ovación, oreja y vuelta al ruedo.
Joseíto Ortega, hijo de Antonio Ortega Montilla, debutó como banderillero de la cuadrilla de Bejarano en la novillada celebrada en Granada el 18 de abril de 1914.

Destacar también, cómo no, a Paquito Delgado y al rejoneador Rafael Baena, a quienes nos hemos referido más arriba, y que brillaron entre las décadas de 1940 y 1950.



Prueba y testimonio de la gran afición que Puente Genil prodigó al toreo es la fundación de cuatro peñas o asociaciones relacionados con este mundo: la primera de ellas se constituyó en enero de 1921 (10) y componían su junta directiva José María López Quintero como presidente honorario; presidente efectivo, José Palos Castillo; vicepresidente, Salvador García Rivas; secretario, Manuel Roldán Ferón; vicesecretario, Pedro Calmaestra Gámiz; tesorero Francisco F. García Carrera; vocales, Francisco López García, Francisco Jurado Saldaña, Pedro Roldán Yerón y Juan Rivas Romero. El segundo de los círculos, es el Club Taurino, fundado en 1961 con sede en la calle Susana Benítez 22, que llegó a contar con casi un centenar de socios, y las Peñas Martorell, ubicada en la calle Don Gonzalo (nota 11), y Chicuelo II.





Notas:
  1. Antonio Aguilar y Cano en su El Libro de Puente Jenil (págs.. 491 y ss.) lo data en 1862, mientas que los Apuntes Históricos de la Villa de Puente Genil (pág. 256) de Agustín Pérez de Siles, escrita en colaboración con A. Aguilar y Cano lo hace en 1865. 
  2. Respecto al aforo de la plaza, discrepan también nuestros insignes historiadores. Mientras que Pérez de Siles habla de una capacidad de cuatro mil espectadores, un aforo muy respetable para la época y la calidad de aquel Puente Genil, Aguilar y Cano, sin concretar la cabida del coso, sí se refiere a que sus reducidas dimensiones imposibilitaron los festejos de calidad.
  3. Sin embargo el Tomo I (Los Toros, tratado técnico e histórico) de la obra cumbre de la tauromaquia de José Mª de Cossío (Espasa Calpe, Madrid 1960) fija en seis mil la cabida de la Plaza de Toros de Puente Genil.
  4. El mono tenía por nombre el de Saleri, en homenaje a Juan Sainz Martínez Saleri II (1891-1958).
  5. A pesar de que el cartel anunciador daba cuenta de la participación del novillero Carnicerito de Málaga, por motivos que desconocemos no llegó a participar en la inauguración, siendo sustituido por el novillero utrerano José Zarco Carrillo. Así lo certifica la crónica de El Día de 30-09-1918 en la que, además, nos informa de la corrida: “Zapaterito, que mató  los dos primeros toros, desgraciado. Marchenero, regular; Zarco, pésimo: pinchó al primero diez veces, y en el otro escuchó los tres avisos y sufrió un botellazo de un espectador”. Carnicerito sí toreó en Puente Genil junto a Ignacio Sánchez Mejías y Manuel Belmonte Belmontito, pero lo hizo el viernes 1 de noviembre de aquel mismo año en una novillada de Villalón en la que cortó una oreja y dio dos vueltas al ruedo. Manolito Tonelada en La Lidia (11-11-1918) decía al respecto de aquella novillada que “Carnicerito toreó superiormente de capa, bien con la muleta, colosal con estoque”.  En El Aviso de 6 de noviembre de 1918 leemos la crónica de Jindama de aquel mismo espectáculo: “Carnicerito estuvo como se esperaba: trabajador y temerario. El hombre se aprieta que es un contento. Tenía necesidad de demostrar a los sevillanos que es capaz de alternar con toreros y lo demostró en su primero tanto con el capote como con la muleta. Cuarenta y seis pases le conté en menos de siete minutos y en todos estuvo siempre en la cara del bicho sin descomponerlo, recetándole la única estocada de la noche, que le valió la oreja del bicho. Nada, que Carnicerito puede ir a donde vaya cualquiera y muy pronto lo hemos de ver alternando con matadores. No es torero fino ni elegante, si por elegancia y finura se entiende sostenerse en las puntas de los pies y levantar mucho los codos: eso no lo hace él; pero sabe pasarse los cuernos de los toros por el pecho rozando de una manera escalofriante. Es un torero de emoción, y con eso está dicho todo”.   
  6. Así lo recordaba, con profusión de simpáticas anécdotas, Ángel Luis Bienvenida en una entrevista
    Ángel Luis Bienvenida y Ángel Delgado
    realizada por Ángel Delgado, posiblemente la última que concediera en su vida, el 19 de enero de 2007 en su domicilio de la calle María de Molina nº 60, de Madrid (el legendario matador falleció poco después, el 3 de febrero). La entrevista fue publicada en el periódico Puente Genil Información el 17 de febrero de 2007 bajo el título Ángel Luis Bienvenida. Homenaje póstumo
  7. A pesar de que la plaza fue vendida en 1956, el derribo no se verificó hasta cuatro años después, en 1960 (Boletín informativo Municipal Anzur núms. 46 y 47, 13 agosto 1976: Estampa. La feria y la fiesta nacional, por Antonio Serrano).
  8. Lo hemos encontrado escrito de dos maneras, Castilla y Castillo.
  9. Publicado en El Aviso (que se subtitulaba Semanario independiente defensor de los intereses de Puente Genil) del 9 de agosto 1913. Se trata de Julio Giménez de Montilla e Ibarra, joven promesa de las letras pontanas y habitual colaborador del semanario, quien se suicidaría de un disparo en el cabeza el 19 de junio de 1914. El Aviso fue fundado en 1911 por Baldomero Giménez Luque, constituyéndose desde 1912 en un continuo defensor y agitador de la afición taurina pontanesa. A Don Baldo se deben las primeras reivindicaciones que hemos podido leer a favor de una plaza de toros para Puente Genil.
  10. La Voz 22-01-1921
  11. El Pontón, órgano de difusión de la asociación Amigos de Puente Genil fundado en 1986, núm. 311, octubre 2014.

lunes, 27 de agosto de 2018

Agustín Aguilar y Tejera, poeta



Agustín Aguilar y Tejera
Agustín Aguilar y Tejera
Foto restaurada por Santiago Bedmar

En el año 2010 la Corporación Los Mitigadores de Cristo - La Corona de Jesús celebraba los veinticinco años de su fundación. Para conmemorar tal efeméride, diseñamos una serie de actos en los que alternamos lo lúdico con lo cultural: restauración del lienzo de la Virgen de las Angustias de las ermita del Dulce Nombre, un encuentro entre todas las Cofradías y Hermandades del Viernes Santo noche, presentación de cartel conmemorativo, participación en el Día de las Corporaciones... y otros de carácter interno. 

Preparando aquel aniversario, pedí consejo a Carlos Delgado Álvarez de Sotomayor (1967-2014) para que lo cultural, lo patrimonial y costumbrista, despuntasen con mucho a lo largo de aquella celebración. Fruto de esas conversaciones fue la reedición en formato facsímil de la obra de Agustín Aguilar y Tejera "Saetas populares" (Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, Madrid, 1929), que volvería a poner sobre el tapete de la poesía, de la cultura y el folclore a un poeta de primer orden. La edición de la obra consta de un prólogo explicativo del sentido de la reedición, una brevísima biografía de Agustín Aguilar, de la que Carlos fue el único responsable, y la obra propiamente dicha.

Carlos Delgado Álvarez de Sotomayor

Al cumplirse en 2019 el quinto aniversario del fallecimiento de Carlos, y habiendo constatado que no existe ni un solo estudio, ni una sola biografía de Aguilar y Tejera, he creído oportuno insertar en este blog las líneas introductorias a la obra y a la personalidad del hijo del insigne historiador y primer cronista oficial de la villa de Puente Genil Antonio Aguilar y Cano. 

Me he permitido, sin embargo, al tratarse este de un blog vivo y en continuo crecimiento, insertar algunas notas, trabajos e informaciones que he ido publicando en la revista El Pontón. De esta forma, y tomando como base aquel primer trabajo, podemos visualizar de modo más claro y amplia la figura y la obra de Aguilar y Tejera.

Aparecido en el semanario "El Aviso" dirigido por D. Baldomero Giménez Luque
4 de enero 1912

Antonio Aguilar y Cano
D. Antonio Aguilar y Cano era hijo de Puente Genil.  En sus años de juventud había hecho sus pinitos como político en la Corte, mas su carácter apacible, sus firmes principios y su amor por la vida reposada le hicieron volver a su pueblo natal a preparar las oposiciones de Registrador de la Propiedad.  Mientras, tuvo tiempo de fundar, con algunos amigos con inquietudes culturales, una sociedad para el estudio de la historia local.  Con brillantez –el número uno- sacó la oposición.  Esta circunstancia lo apartó de su tierra, mas siempre soñó con la vuelta, de forma que sacrificó puestos de relevancia por su afán de estar cerca de Puente Genil.  Tras pasar por el Registro de Campillos, recaló en Estepa, pueblo en el que nació el 9 de marzo de 1890, su hijo Agustín.  El peregrinar posterior por Marchena, Zaragoza, Priego y, finalmente, Granada, marcaron la personalidad de este hijo que supo sacar partido del buen ejemplo de su padre.



Su actividad literaria es sumamente precoz.  A los dieciséis años publica su primer libro de poemas, titulado Azahares (1906) -1- que se edita en Estepa.  Al año siguiente verá la luz otro poemario, Crisantemos -2-, editado en Sevilla.  En 1908 Salterio -3-, también en Sevilla.  Comienza a enviar poemas a la revista Azul.  Revista Hispano -  Americana, fundada por el gaditano Eduardo de Ory.  En esta época reside en Zaragoza, ya que su padre era Registrador en esa ciudad.  Sus primeros libros apuntan un estilo cercano al Modernismo.  Se instala en Sevilla en 1911 y entra en contacto con la corriente de jóvenes poetas y escritores que colaboran en la revista Andalucía, adscrita al movimiento modernista.

Ya instalado en la región andaluza definitivamente, publicará dos volúmenes en Puente Genil: Romancerillo del campo (1911) -4- y Romancerillo sentimental (1913) -5-, ambos editados por el recordado periodista local Baldomero Giménez Luque.  

Se casó en junio de 1911 en la capilla de la Virgen de los Desamparados de la parroquia de San Sebastián, en Marchena, con Ana Mª Valero Valderas, siendo testigo de la boda el maestro de las letras sevillanas don Luis Montoto Rautenstrauch, a quien Aguilar y Tejera dedicó su Romancerillo del campo. Tras la ceremonia, los asistentes fueron invitados espléndidamente a la casa de los padres de la novia, donde se pronunciaron varios brindis, destacando entre ellos los versos de don Luis Montoto dedicados a los contrayentes y que reproducimos a continuación.

A Ana María Valero y Agustín Aguilar, en sus bodas

(BRINDIS)


¡Canta viejo trovador,

al son del ronco laúd,
en las bodas del Amor,
que es la eterna juventud!
--
La nieve mi frente cubre
y está mi cabello cano.
¡Ay, las nieblas de mi octubre
han sucedido al verano!

De mi olvidado laúd
no acierto a arrancar los sones.
Con mi alegre juventud
pasaron mis ilusiones.

Del caro sol de otros días
no queda ya ni el reflejo…
Hoy busco las alegrías
ajenas, cual todo viejo.

Algo de mi vida inquieta
sobre las aguas flotó…
El corazón del poeta
del naufragio se salvó.

Aún animoso respira,
aún habla a los corazones.
¡Mi corazón es mi lira
y el numen de mis canciones!

Corazón que aún en mi pecho
no cesas de palpitar,
hasta que mueras deshecho
no te canses de cantar.

¡Canta viejo trovador,
al son del bronco laúd,
en las bodas del Amor
que es la eterna juventud!
--
Por la esposa, flor galana
de la dulce Primavera
digna de ser sevillana
si no fuera marchenera.

Por el amador rendido,
por el apuesto doncel
a quien la fama ha ceñido
su corona de laurel.

Porque amándolo sin tasa
derrame Dios a raudales
sobre el templo de su casa
las venturas celestiales.

Porque, cual gracia preciosa,
haga el cielo, bondadoso,
viva el esposo en la esposa
y la esposa en el esposo.

Porque sus almas, que anhelan
subir unidas al cielo,
vuelen cual aves que vuelan
sin rozar el bajo suelo.

Porque, en Dios los ojos fijos
logren alcanzar la Gloria,
y en el amor de sus hijos
viva eterna su memoria.

Y brindo porque, algún día,
cuando mi vida se acabe,
cuando la noche sombría
haga enmudecer al ave,

en premio a mi pobre canto,
en mi tumba solitaria
rieguen con piadoso llanto
las flores de una plegaria

por el viejo trovador
que al son del ronco laúd
trovas cantaba al Amor

que es la eterna juventud.

A comienzos del mes de marzo de 1912 se celebró en el Ateneo de Sevilla, lo que se llamó la Fiesta del Soneto. Como ya hemos dicho, estaban entonces muy en boga los Juegos Florales y abonada la tierra para que los jóvenes ateneítas (al correr los años, casi todos famosos y destacados poetas) abordasen esta Fiesta del Soneto, que venía precedida por las celebradas en el Ateneo de Madrid en honor y gloria a la Copla y al Sainete. José Mª Izquierdo dijo de aquella Fiesta del Soneto que “fue soñada como una fiesta del arte y la poesía”.

José Muñoz de San Román (llegaría a ostentar la presidencia de la Asociación de la Prensa de Sevilla) fue el organizador por antonomasia de aquel evento, quien presidía de facto organización, en la que también destacaron Miguel Romero Martínez y José Mª Izquierdo, secretario de la Fiesta.


La Fiesta del Soneto se estructuró en dos bloques. Una primera parte consistió en la lectura de Estudio del soneto por parte de Miguel Romero Martínez, quien disertó sobre la teoría y orígenes del soneto; y una segunda, basada en la lectura de sonetos divididos en tres grupos. Miguel Romero Martínez leyó versos de “los maestros del soneto en las literaturas extranjeras” (Raimundo de Miraval, Petrarca, Miguel Ángel, Camoens, Ronsard, Musset, Heredia, Shakespeare, Edmund Spenser, Goethe y otros); José Mª Izquierdo leyó una “antología de sonetos castellanos” (Marqués de Santillana, Boscán, Garcilaso de la Vega, Cervantes Herrera, Arguijo, los Argensolas, Quevedo, Lista, Rubén Darío, Villaespesa y otros); terminando con un “florilegio de sonetos sevillanos” entre quienes destacó Agustín Aguilar y Tejera, a quien la crónica publicada en El Liberal el 3 de marzo de 1912 llamaba “el poeta de los serenos idealismos, como podría forjarlos o vivirlos un griego convertido al cristianismo”.

La fotografía que acompañamos está tomada de la revista Mundo Gráfico del 13 de marzo de 1912. Vemos en ella la composición de la mesa presidencial, reconociendo de izquierda a derecha al pontanés Agustín Aguilar y Tejera, Felipe Cortines y Murube, Miguel Romero Martínez, en el centro José Muñoz San Román (auténtico organizador y alma mater de la Fiesta del Soneto), Pedro Alonso-Morgado Tallafer, Alfredo Blanco y cerrando la mesa, José María Izquierdo Martínez. 

Podemos intuir la relación de Aguilar y Tejera, si no con todos, sí con muchos de ellos y desde bien joven, pues hemos encontrado unos versos dedicados a Alfredo Blanco, titulados Interrogación, insertos en su segundo libro Crisantemos, publicado en 1907. Esta dedicatoria y ese conocimiento con solo 17 años, nos indica el compromiso absoluto, asumido desde la juventud más temprana, que Aguilar asumió en relación a la poesía; su deseo de crecer en ella a través de las lecturas y el conocimiento de otros poetas; seguramente el intercambio con ellos de versos, consejos y epístolas. El hecho de que ese mismo libro esté prologado en verso por el poeta Rafael Lasso de la Vega, otro de los vates sevillanos de vanguardia, coetáneo de Aguilar, incide en lo antedicho.

En la revista El Aviso colabora durante esta etapa asiduamente.  De hecho, los poemas que componen los dos libros se habían ido insertando en las páginas del semanario con anterioridad.  La relación con Puente Genil es intensa.  A sus poemas modernistas se irá añadiendo el gusto por lo folklórico.  Comienza a estudiar aspectos de la cultura y costumbres andaluzas.  Así, en 1914 gana los juegos florales organizados en Utrera con su Romance a la Virgen de Consolación -6-.  






Su calidad como poeta y, sobre todo, su pasión por la poesía lo llevará a participar en 1914 en los Juegos Florales del Puerto de Santa María, alzándose con el Premio Extraordinario por delante de José María Pemán, a quien le fue entregado un accésit.

En el dieciséis publica el ensayo titulado La musa popular y la Virgen de Consolación y un estudio que será la semilla de la que nacerá la obra que sigue a esta reseña biográfica.  Se trata de Saetas recogidas de la tradición oral en Marchena.  En él Tejera recoge las letras de las saetas que se cantaban en esta localidad sevillana, en la que pasó algunos años de la infancia.  También en 1916 publica Cantos a María, colección de poemas a la Virgen.


A finales de la segunda década del siglo XX se traslada a Madrid.  Aunque sigue componiendo poemas de estilo modernista –con rasgos de poetas como Juan Ramón Jiménez, en cuanto a temas y figuras literarias-, su actividad se encaminará también al campo del ensayo y la Filología.  Escribe los poemarios Al pie de la reja (1917) -7-, Epigrammata (1919) -8- y Doloras.  Poemas y humoradas, y la antología Curiosidades literarias: las poesías más extravagantes de la lengua castellana (1922).  También realizó una incursión en la narrativa con la obra Raíces de sangre -9-, novela de 1925.  Edita varios textos de autores clásicos, como Verdades de paño y otros escritos (de Pedro Antonio de Alarcón), Óptica del cortejo y Los eruditos a la violeta (de José Cadalso), etc.  También publica traducciones a los clásicos griegos, Los poetas griegos: antología -10- (1928).

En 1929 publica Saetas populares, el libro que nos ocupa, estudio incluido en una colección de la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, S.A.,  Curiosamente, el director de la colección era otro pontano, Rodolfo Gil Fernández, que en aquellos años ocupaba, además, el puesto de Director de la Escuela Central de Idiomas, en Madrid.  La idea de recoger todas las saetas conocidas nació, como ya hemos indicado más arriba, de una primera obra que catalogó las saetas de Marchena.  Durante su estancia en la citada localidad, cayó en sus manos un manuscrito en muy mal estado que contenía estas saetas.  Él amplió el repertorio y lo enriqueció con el estudio histórico.  Posteriormente, se propuso la labor de ampliarlo aún más, englobando el total de las que se cantan en España.  El resultado fue un libro compuesto por cuatro partes.  La primera es un prólogo en el que Aguilar y Tejera realiza un estudio bastante detallado de los orígenes de la saeta, haciendo alusión a fuentes de información, cancioneros populares, manuscritos antiguos, etc., de los que sacó las conclusiones que refleja en sus páginas.  A continuación ofrece 950 letras de saetas, ordenadas cronológicamente, es decir, por el momento de la Pasión que recoge cada una.  Después, se inserta un apartado de notas en el que se estudian las peculiaridades de cada una de las letras ofrecidas en el apartado anterior, de forma que el lector puede encontrar las variantes locales, las fuentes o autor (si es que lo tiene) de donde provienen, las tradiciones en las que están basadas, etc.  En la última parte se transcriben las partituras de saetas de Sevilla, saetas de Marchena (de la Soledad, Quinta, Sexta y de Jesús), Stábat Máter y Miserere de Marchena y, por último, las de las saetas tradicionales de Cabra.  

Para llevar a cabo el trabajo recopilatorio contó con la colaboración de los eruditos y cronistas de las distintas localidades.  En Puente Genil fue Miguel Álvarez Aguilar (su sobrino, hijo de su hermana Constanza), editor de  La Ilustración Pontanense.

Posteriormente, el rastro de Tejera se pierde. Hemos encontrado algunas reseñas en periódicos de la época de la Segunda República.  Su lectura nos da norte de sus ideales monárquicos.  Sabemos que residió en Madrid y que siguió publicando, que tuvo, creemos, dos hijos…

Su aportación a Puente Genil fue generosa. En 1930 donó la extensísima biblioteca de su padre al ayuntamiento de la localidad. Con los miles de volúmenes que la componían se creó la Biblioteca Aguilar y Cano, que se ubicó en la antigua ermita de la Caridad, frente al Ayuntamiento. Se trató ésta de una biblioteca que adquiriría el carácter de biblioteca pública municipal, con una dotación de tres mil volúmenes y constituyendo un modelo de referencia en aquellos tiempos. Desgraciadamente la riada de 1948 y la falta de interés por parte de los mandatarios locales, abocó a la Biblioteca Aguilar y Cano a la desaparición. A este respecto, aconsejo leer el magnífico trabajo de Luis Velasco Fernández Nieto, publicado en la revista local El Pontón número 365, de septiembre 2019.









[1] Aguilar y Tejera, A.  Azahares, Estepa (Sevilla), Imp. De Antonio Hermoso.  1906.
[2]                             .  Crisantemos, Sevilla, Tip. de Francisco de P. Díaz, 1907.
[3]                             .  Salterio.  Colección de versos amatorios.  Sevilla, Est. Tip. de Juan Ramos, 1908.
[4]                             .  Romancerillo del campo, Puente Genil, Imp. de Baldomero Giménez, 1911.
[5]                             .  Romancerillo sentimental, Puente Genil, Imp. de Baldomero Giménez, 1913.
[6] Aguilar y Tejera, A.  A la Virgen de Consolación.  Romance premiado en los Juegos Florales celebrados en la ciudad de Utrera (folleto), Sevilla, Imp. de Joaquín López, 1914.
[7] De ésta y otras obras, de las que no conocemos nada más que el año de publicación, no se detallan los datos bibliográficos.
[8] Aguilar y Tejera, A., Epigrammata, Madrid, Tip. de Regino Velasco, 1919.
[9]                            ., Raíces de sangre, Madrid, Nuestra Novela, 1925.
[10]                           ., Los poetas griegos, selección y traducción de, Madrid, Compañía Iberoamericana de Publicaciones, s.f.